"El biodiesel fase superior de la soja" editorial de Héctor Huergo en Clarin Rural
Bueno, tenemos retenciones móviles. Al biodiesel, la fase superior de la cascada de valor sojera. Es la nueva alquimia que ensaya el experimento KK (ahora, se suma la K de Kicillof), que hace honor a su cacofonía.
Los biocombustibles juegan un papel crucial para la Argentina. Su irrupción, motorizada por la constante suba y creciente inseguridad del abastecimiento de petróleo desde hace diez años, cambió la historia. Junto con la explosión de la demanda asiática, en plena transición dietética hacia proteínas animales, han dado lugar a un giro copernicano en el escenario global.
Después de cincuenta años de excedentes agrícolas, que deprimían los precios y hacían inviable a la economía argentina, la taba se dio vuelta. En pocos años se digirieron los excedentes, China y el Sudeste asiático se convirtieron en una aspiradora de granos. Se invirtieron los términos de intercambio. La Argentina se hizo viable. Aun teniendo en cuenta que en ella habitan los argentinos (sus políticos, sus intelectuales, sus economistas), que tienen la costumbre de desarmar de día con “políticas activas” lo que se acomoda durante la noche. Allí trabajan, solitos, los fotosintatos.
Estados Unidos y la Unión Europea decidieron hace diez años modificar sustancialmente la matriz energética. Hay muchas alternativas en marcha. Pero la más concreta y de mayor impacto ha sido la irrupción de los biocombustibles. El etanol de maíz en los EE.UU., y el biodiesel en la UE.
La Argentina se benefició. La soja, que valía 200 dólares hace diez años, ahora ronda los 600. El maíz pasó de 100 a 300. Y arrastraron todo lo demás. Un tercio del maíz estadounidense se destina a etanol. Es la principal demanda, superando a feedlots, pollos, cerdos, pavos y todo bicho que camina y va a parar al asador.
Así que ya ganábamos. Pero el impulso vital de los agro empresarios de la Segunda Revolución de las Pampas llevó a pensar que aquí también podíamos hacer biocombustibles. Se hizo una ley, demasiado cargada de regulaciones, pero al menos instauró el corte obligatorio de la nafta con etanol y el gasoil con biodiesel para el mercado interno. Se fijó una ecuación para establecer el precio interno mensualmente. Paralelamente, para la exportación se estableció una brecha arancelaria en favor del biodiesel. En poco tiempo hubo inversiones por más de mil millones de dólares, agregando valor al 40% del aceite que antes se exportaba crudo. La Argentina se convirtió en el primer exportador mundial de un combustible renovable clave.
Hace justo un año se celebró el cuarto aniversario de la primera exportación de biodiesel. Pero vino este muchacho Kicillof y consideró que era una industria madura. Le bajaron el precio para el mercado interno y borraron de un saque la ventaja arancelaria. Es lo que pedían los europeos. Los contrarios también juegan: ellos quieren por todos los medios trabar al biodiesel de soja, con el que no pueden competir.
Colapsó la industria, en particular las plantas chicas y menos integradas. El revuelo fue fenomenal. CFK obligó a su equipo a una ominosa marcha atrás, quedando la imposición de las retenciones móviles como un premio consuelo para el ideólogo de todo esto. Objetivamente, la situación algo mejora, como la búsqueda de una nueva ecuación (ay, abogada Cristina, hablando de “polinómica”…). Le pusieron un respirador al biodiesel. Pero en lo estructural, el daño ya está hecho. Hasta aquí llegamos con el biodiesel. Una pena, con tantas inversiones en marcha. Y una luz de alerta para el incipiente negocio del etanol de maíz.