"Cómo dilapidar nuestra energía renovable" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 5 octubre 2013
El biodiesel, la etapa superior de la soja, recibió esta semana un exocet debajo de la línea de flotación. La Unión Europea le aplicó derechos de importación del orden del 25% al que proviene de la Argentina, con lo que aleja definitivamente la posibilidad de acceder a su principal mercado. Un exabrupto, porque aunque se esperaba la aplicación de alguna gabela, el monto triplica las previsiones más pesimistas.
La Unión Europea es por lejos el principal destino del biodiesel argentino. Dos terceras partes de la producción van a ese mercado. El otro tercio va al mercado interno, para el corte obligatorio que marca la ley de biocombustibles. La capacidad instalada de esta novel industria, que arrancó hace apenas seis años, alcanza ya a 3.500.000 toneladas. Una inversión de más de 1.000 millones de dólares, en la última oleada del cluster sojero.
Hay en juego miles de puestos de trabajo y un enorme impacto en toda la cadena de valor. Conviene recordar que la Argentina es el mayor exportador mundial de aceite de soja. La imposibilidad de exportar biodiesel obligará a desagotar 3 millones de toneladas de aceite, que se volcarán al mercado deprimiendo los precios. Ya bajaron un 20% en lo que va del año, y el día que se conoció la medida cayeron un 3% adicional. Por arrastre, se deprimirá aún más el aceite de girasol, otro producto en el que la Argentina está en el podio mundial. Al no elaborarse biodiesel, además, se frena la refinación de un subproducto, la glicerina, una molécula de altísimo valor agregado que se exporta a todo el mundo para uso farmacéutico, cosmético y alimenticio.
En el cuidadoso comunicado que emitió Carbio, la cámara que agrupa a los productores de biodiesel, se hizo centro en el absurdo de la argumentación europea, y se denunció la decisión como una vuelta de tuerca del clásico proteccionismo europeo. Sin embargo, aranceles del 25% no suenan como una simple medida proteccionista, sino como una severa reprimenda, y no al sector biodiesel, sino al país. La UE nos está recordando que “los contrarios también juegan”.
Fue el poderoso lobby español el que fogoneó estas medidas. En España se había levantado, al amparo de la legislación europea que imponía el corte obligatorio del gasoil con biodiesel, una industria importante. Desde allí pretendían distribuir a toda Europa. No asignaron mayor importancia a un detalle: su producción de oleaginosas es mínima, y dependían entonces del aceite importado.
Cuando arrancó la producción de biodiesel en la Argentina, agregando valor en origen al aceite de soja producido en las pampas, la industria española quedó fuera de competencia. Allí iniciaron el raid. Chicanearon durante años pero no encontraban argumentos serios para defender su proteccionismo.
En el medio de esa disputa, la Argentina decidió expropiar sin pago las acciones de Repsol en YPF. Compartió la responsabilidad con el grueso de la oposición, que votó la medida en el Congreso. Conviene recordar que la primera decisión de España fue prohibir la importación de biodiesel argentino, a lo que la presidenta Cristina Kirchner respondió con una bravata: “lo tendrán que pagar más caro”. Alguien le sopló que lo que España no compraría, entraría a Europa por otros puertos. Ahora taponaron definitivamente esa canilla.
Para colmo, desde hace un par de años la conducción oficial viene hostigando a esta industria. No se publican en tiempo y forma los precios oficiales, un requisito para que funcione el corte obligatorio. El presupuesto sancionado en el Congreso contempla la importación de 8 millones de metros cúbicos de gasoil libre de impuestos internos. Y al biodiesel local se lo discrimina haciéndole tributar el 41%. Un absurdo. La alternativa, frente a la gravísima situación, es volcar la mayor cantidad posible de biodiesel al mercado interno.