"Moreno: la historia continúa" editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 18 Enero 2014
La conducción oficial confirmó que Guillermo Moreno no fue un hecho aislado. Sus experimentos terminaron liquidando el autoabastecimiento triguero del Mercosur, que dependía de la Argentina. E incluso llegaron a comprometer, hace pocos meses, el abasto local.
Pero esta semana el propio Ministro de Economía, Axel Kicillof, asumió con bombos y platillos la misma postura: sostenimiento del tragicómico sistema de los ROEs (permisos de exportación) y de las retenciones en el actual 23%.
Igual, fue tan grande el dislate que todavía hay cierta inercia. Los precios han bajado abruptamente, después de haber duplicado la cotización internacional a mediados del año pasado. Pero al menos están en niveles de paridad con el famoso “FAS teórico”. El síndrome de escasez prevalecerá por bastante tiempo, a pesar de la magra apertura del saldo exportable. Pero este era el año para darle un impulso definitivo y retomar el crecimiento. Habrá que esperar.
Los brasileños tendrán que seguir comprando trigo en Estados Unidos, los uruguayos seguirán gozando de la preferencia Mercosur que han perdido los argentinos, y aquí sufriremos un lucro cesante de 10 millones de toneladas (2.500 millones de dólares) por torpe falta de estímulo. Hay tecnología disponible para rindes espectaculares, como se demostró en esta campaña, con lotes que se arrimaron a los 100 quintales.
Una pena.
El argumento de Kicillof para justificar las retenciones es tan remanido como falaz. El pan más barato, ese que no se consigue, vale hoy 30 pesos el kilo. Subió un 200% en un año, y no bajó a pesar de la baja del trigo y la harina. Con un kilo de trigo se hace uno de pan. El kilo de trigo vale 1,50. La retención es de 30 centavos. Esa es la incidencia de la retención en el kilo de pan.
Kicillof tiró al aire que subiría 5%. Absurdo. Tanto como pretender ingresar divisas por esta vía: los derechos de exportación apenas aportarán 70 millones de dólares este año, cifra insignificante frente a la magnitud del problema externo y frente al de otros cultivos como la soja, cien veces mayor.
Es, antes que nada, un problema ideológico. Comprensible en un ministro que viene de la academia y no de la vida económica real. Pero lo que no se comprende es el argumento con que acompañó la medida el nuevo ministro de Agricultura, Carlos Casamiquela. Sostuvo que las retenciones son un estímulo para la agregación de valor. No es cierto. Son, en todo caso, una vía de escape, pero tan lábil que sólo dan lugar a negocios de oportunidad.
Algunos los “agarran” por un tiempo. La historia demuestra que son siempre de patas cortas. Con el agravante de que terminan castigando a justos por pecadores. Veamos.
En los últimos años, proliferaron actividades de nulo valor agregado, como el mezclado de maíz con soja y exportarlo como alimento balanceado, zafando el 80% de las retenciones. Cuando el volumen se hizo sensible, el gobierno le metió un derecho del 35% a todo lo que tuviera soja. Entonces afectaron a todos los balanceadores serios y tradicionales, con casos patéticos como los del Ruter, una innovación argentina que cayó en la volteada, quedando afuera de un mercado que costó mucho conseguir.
Ni hablar de lo que hizo el propio Kicillof con las plantas de biodiesel, a la que les duplicó el derecho de exportación para que volvieran a exportar aceite. El disparate significó, como colateral, el abarrotamiento del mercado mundial de aceite de soja, cuyo precio bajó de 1300 dólares la tonelada, a los actuales 700.
Tomemos sin embargo el lado bueno de la línea Casamiquela: agreguemos valor en origen. Pero eso requiere recursos. Los productores que reciben el consejo del ministro se preguntan adonde fueron los 70.000 millones de dólares aportados vía retenciones, en esta década ganada. Así no se puede.