"Ante el día del medio ambiente" Editorial en Clarín Rural de Héctor Huergo
La celebración, el jueves pasado, del Día del Medio Ambiente, encontró al agro bajo la metralla de los “ecologistas”, que azuzan a la sociedad con añosas y remanidas muletillas. Desfilan los transgénicos, el glifosato, las “fumigaciones”, los “agrotóxicos” y otras calamidades atornilladas al carrousel tecnofóbico.
La única verdad es la realidad. La nueva agricultura argentina le está dando una lección fenomenal a la humanidad. El campo debe pasar a la ofensiva, con el orgullo de estar liderando una revolución tecnológica que tiene un clarísimo sesgo favorable en lo que es la mayor amenaza ambiental que acecha al planeta: el calentamiento global.
En todo el mundo, se remarca que la agricultura es una de las fuentes de emisiones de CO2 más importante. Y es cierto. Pero no se puede medir con la misma vara a la forma de producir en la Segunda Revolución de las Pampas.
Hasta hace menos de treinta años, para sembrar una hectárea de cualquier cultivo había que pasar múltiples implementos: arado de rejas (luego cinceles), rastra de discos, rastra de dientes, algunos más de una vez. Y recién cuando estaba bien preparada la cama de siembra, entraba la sembradora. A las malezas se las combatía con otras herramientas mecánicas, como los escardillos y aporcadoras. Y además había que aplicar herbicidas (de los viejos) porque el control mecánico era parcial.
En este proceso se consumían 300 litros de gasoil por hectárea. No importaba, el gasoil era barato. Lo mismo pasaba en todo el mundo, empezando por los países desarrollados.
La consecuencia de esta forma de cultivo fue la continua degradación de los suelos, un fenómeno global que se acentuó en estas pampas con el arribo de la soja, en los años 70. Hasta que llegó la idea de la Siembra Directa. No fue un invento local, pero nadie lo adaptó mejor, y la adopción fue vertiginosa. Sobre todo cuando llegó la soja tolerante a glifosato (RR), un herbicida extraordinariamente eficaz y mucho más amigable. El glifo se aplica sobre las plantas y no sobre el suelo, no tiene ninguna residualidad, y en pocas horas se degrada totalmente.
El paquete de la soja RR en siembra directa, con el eficaz control de malezas imposibles de combatir con los métodos tradicionales, permitió una expansión fenomenal de la producción. El consumo de gasoil se redujo a la quinta parte. Las labores mecánicas se sustituían con la aplicación de un herbicida por medio de pulverizadoras (no “fumigadoras”, porque es aspersión de un líquido en finas gotas, no una nube tóxica que vuela a cualquier lado).
Pero al mismo tiempo, este sistema de cultivo bajo la cubierta del residuo del antecesor, dio lugar a la recuperación de los suelos, que fueron incrementando los tenores de materia orgánica. La materia orgánica hace a los suelos más esponjosos, con mayor capacidad de retención del agua de lluvia. La presencia de rastrojos abundantes elimina el impacto de la gota de agua, que “plancha” los suelos y produce escorrentía en lugar de penetración en profundidad.
Consecuencia: gracias a la mejora de los suelos, hoy la agricultura argentina no solo obtiene más toneladas de producto por litro de gasoil consumido. También obtiene más toneladas que nadie por milímetro de agua caído durante el ciclo del cultivo. Esto es eficiencia ambiental: enorme reducción de emisiones de CO2 para producir alimentos.
Cuando uno va a las exposiciones de la vieja Europa, se angustia por la parafernalia de máquinas destinadas a destruir los suelos. Pero cuando vamos a Sudáfrica, donde emerge la nueva agricultura, se llena de satisfacción al ver el interés por la tecnología argentina. En la reciente ANPO se vendieron decenas de sembradoras, pulverizadoras y equipos para almacenaje en bolsas, que también implica eficiencia y reducción de emisiones. Creer o reventar.