"Todo lo que va vuelve" editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 15 noviembre 2014
Hace 23 años, tras una dura negociación entre el ruralismo y el gobierno menemista, se alcanzó un acuerdo trascendente: el campo aceptaba que se le impusiera el IVA (hasta entonces la producción agropecuaria estaba exenta) a cambio de la eliminación de los derechos de exportación.
Fue un buen trato, y el campo respondió tal como lo había prometido. Muchos tuvieron enormes dificultades de adaptación, pero los que entendieron tempranamente la nueva ecuación le sacaron amplio provecho. Se había modificado la relación insumo producto, abaratando la tecnología. El mismo dólar para comprar, que para vender. Menos unidades de trigo o de soja para pagar una unidad de herbicida, fertilizante o sembradora.
La respuesta, tras un breve período de inducción, fue una fenomenal explosión tecnológica. En diez años, entre 1996 y 2005, el campo incrementó un 50% la superficie cultivada, pero duplicó la producción. Es decir, aumentó también un 50% los rindes agrícolas. Y al mismo tiempo, se expandió el stock vacuno y se duplicó la producción láctea a pesar de la caída de la superficie destinada a la ganadería. Con menos hectáreas se producía más carne y más leche. Además, mejoraba la calidad sanitaria de los rodeos, liberándonos del flagelo de la aftosa (más allá del reflujo del 2001) y entrando de lleno en la era de la intensificación. La invernada tradicional fue en buena medida sustituida por el engorde a corral, agregando valor a los granos. Transitábamos la Segunda Revolución de las Pampas, la del achique de la brecha tecnológica con el resto del mundo agrícola.
Pero así como no hay mal que dure cien años, no hay bien que dure diez años. En el 2002 volvieron las retenciones, que fueron aceptadas (a regañadientes, pero aceptadas al fin) sin que nadie comprendiera su impacto en el flujo de tecnología. Por inercia, y también por la persistente suba de los precios internacionales, la producción siguió creciendo. Pero el cambio tecnológico entraba en cuarto menguante, y a partir de 2008 pierde tracción definitivamente. Mientras tanto, los vecinos del Mercosur aprietan el acelerador y aprovechan a fondo el viento de cola.
De pronto, nos damos cuenta que aquella transacción de IVA vs. Retenciones, se convierte en IVA más derechos de exportación. Y encima el agro tiene que soportar las diatribas alimentadas desde lo más alto del poder kirchnerista, que saltó peligrosamente del plano discursivo a la agresión, con la rotura de los silobolsa, el ataque contra el Renatre y su mentor el sindicalista Jerónimo Venegas, y ahora con la estatización del IPCVA. Este Instituto fue creado por consenso interno del sector, con aportes privados (70% los ganaderos y 30% los frigoríficos). Ahora hay un nuevo impuesto. Para colmo, en el campo saben bien que todo lo que va, no vuelve.
La ganadería vacuna es una alternativa para exportar los granos con valor agregado. La demanda internacional está en plena expansión. Australia acaba de cerrar un acuerdo con China para embarcar un millón de animales en pie por año. Nosotros no necesitamos cargar barcos con terneros. En la Argentina hay enorme capacidad ociosa en la mejor industria frigorífica. Pero en los últimos años, la falsa dicotomía consumo vs. exportación llevó a liquidar millones de cabezas y, además, a achicar el peso de faena. Con el simple expediente de fomentar la exportación, aumentaría el peso de faena y abundaría la carne para ambos mercados.
Pero sucede exactamente lo contrario. La carne paga un 15% de derechos de exportación, más allá de la cuestión del atraso cambiario, que afecta a todos los sectores exportadores. Ahora apareció la cuota 481, para carne de feedlot a Europa. Una nueva oportunidad, que como reza el adagio de la tribu africana Wofol, los milagros que manda Dios, solo son aprovechadas por quienes están despiertos.