"De la FIFA a la soja" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 30 de Mayo 2015
La corrupción en la Fifa ocupó las primeras planas durante toda la semana. Los portadores de esas caruchas que se viralizaron en las redes sociales, habían embolsado 100 millones de dólares en coimas en los últimos 20 años.
El impacto mediático fue fenomenal. Tanto, que en la Argentina pasó desapercibido que esa cifra es lo que el país ha perdido en esta semana por el conflicto en la industria aceitera. Con el agravante de que, aun cuando ahora parece encarrilarse, ya nada será igual para la agroindustria que se había convertido en la más competitiva del planeta. Hemos vuelto 20 años para atrás.
A fines de los años 80, los puertos argentinos eran considerados “sucios”, en manos de un Estado ineficiente, plagados de regulaciones, que conllevan siempre pagos irregulares, acuerdos bajo cuerda, patotas sindicales y otras calamidades. La desregulación y privatización portuaria generaron la posibilidad de ir limpiando la escoria.
Llegaron las inversiones en muelles y fábricas a la vera del Paraná. Con aporte y gestión privada, se concretó el largamente postergado dragado de la hidrovía, llevando el calado primero a 23 pies, y luego a 36. Los barcos de gran porte pudieron acercarse a donde estaba la carga, el interland de Rosario. Allí creció, de la noche a la mañana, la industria de crushing de soja más moderna y de mayor escala del mundo.
La Argentina se acercó al mundo. El costo del flete marítimo bajó sustancialmente, lo que reflejó en la disminución de la brecha de precios entre la soja norteamericana y la pampeana. Ganamos todos, incluyendo al estado, que se queda con uno de cada tres barcos cargados de soja o sus productos de transformación: harina, aceite, biodiesel, lecitina, glicerina.
De un plumazo, parte de esa competitividad se perdió. No es lo que costó en multas esta semana, con casi 200 barcos en espera a razón de 80.000 dólares por día, más el costo del alquiler. Lo más grave, y difícil de cuantificar, es lo que va a costar de aquí en adelante, porque los armadores van a cargar un fee de riesgo para prevenirse de este tipo de conflictos. Sobre todo, porque adquirió características de suma violencia, con muestras de salvajismo inéditas, como el incendio de la emblemática planta de Dreyfus en General Lagos. Hubo conatos de agresión y amenazas peligrosas entre patotas sindicales y camioneros desesperados por la pérdida de viajes en plena cosecha.
Entre otras consecuencias, se complicó toda la cadena de pagos, Muchos productores que tenían que entregar para cobrar, y cubrir cheques diferidos, están en rojo. Los piquetes no solo impidieron la llegada de soja, maíz o sorgo a los puertos. También impidieron que salieran los cargamentos de fertilizantes, que llegan a las mismas plantas. Un enredo fenomenal, que amenaza el abastecimiento de aceite para el mercado interno y el flujo de divisas. Estamos hablando del principal complejo exportador del país, con embarques por 25.000 millones de dólares anuales.
Pero no es la única tribulación del complejo soja. El otro dislate viene de otro volantazo de la conducción oficial, que decidió subir los derechos de exportación del biodiesel. Este biocombustible se elabora a partir del aceite de soja, un producto donde Argentina es formadora de precios a nivel mundial por ser el mayor exportador. El biodiesel permitía retirar una parte importante de aceite del mercado, con impacto positivo en el precio de exportación del aceite. Pero la venta de biodiesel venía complicándose, y la industria estaba reclamando medidas de apoyo. La decisión del gobierno fue en la dirección opuesta: un aumento sustancial de las retenciones, algo así como un exocet en la línea de flotación del biodiesel, la etapa superior de la soja.