"Periodismo, soja y ambiente" editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 6 de junio 2015
Ayer se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente. Y mañana, el Día del Periodista. Como tal, intentaré coser las dos fechas con hilo de soja. La pobre soja que lapidan impiadosamente los auto denominados “ecologistas” en el paredón de la ignorancia.
Señores, el que avisa no traiciona: la tinta de impresión de los diarios que escribimos los periodistas se hace con aceite de soja. Sustituye a la tradicional, basada en aceites derivados del petróleo. Comenzó a emplearse en los años 70, a instancias de la Newspaper Association of America, como alternativa frente al aumento del oro re negro.
No ensucia tanto las manos, lo que no sólo es más higiene sino que implica ahorro de agua y detergente. Y el papel impreso con tinta de soja es mucho más fácil de reciclar, debido a que sale con mayor facilidad del papel. Por supuesto, esto es un ápice de lo que significa la soja hecha “a la Argentina” para el medio ambiente. Sigo el hilo.
En los años 70, agonizaba la anchoveta peruana, fuente de proteínas casi exclusiva para cualquier producción de carne en el mundo. Todo bicho que camina y va a parar al asador requiere de un alimento balanceado, en el que se mezcla una fuente de energía (almidón que proveen los cereales) y una fuente de aminoácidos. Estos son provistos por las proteínas. La harina de pescado fue la única disponible hasta que llegó la de soja.
Los recursos ictícolas están colapsados desde hace cuarenta años. La producción de harina de pescado se estancó. Sin embargo, crece la producción y el consumo de pescado de criadero, que se hace…con cereales y harinas proteicas.
La producción de soja aumentó de la nada en los años 70, a las 400 millones de toneladas actuales. Eso permitió que la mitad de la humanidad pudiera acceder a una dieta más diversificada, con participación creciente del pollo, el cerdo, la leche, la carne vacuna finalmente (que también es maíz y soja). Claro, pero a costa de destruir el medio ambiente, se agitará el tecnofóbico serial. Sigo comunicando.
Cuando llegó la soja a la Argentina, en los años 70, yo me iniciaba en la agronomía. Recuerdo los viajes con el ingeniero Jorge Molina a Los Surgentes, para ver las cárcavas de erosión. Se habían originado en el sobre pastoreo y la agricultura convencional, con la parafernalia de fierros que requería.
La rotación con ganadería entró en crisis con la llegada del pulgón de la alfalfa, en 1969, que diezmó las pasturas. Las malezas perennes, como el sorgo de Alepo y el gramón, impedían la agricultura u obligaban a costosos tratamientos, combinados con labores tremendamente erosivas.
Los “de punta” dejaban lotes todo el verano en barbecho limpio, pasando rastras de disco para dividir los rizomas, y aplicando graminicida en otoño. A la primavera siguiente se podía sembrar, teóricamente. Pero quedaba la semilla de maleza y, a empezar de nuevo. Imposible.
Con la soja, llegó la esperanza. Se podían rotar herbicidas. Se empezó a hablar de siembra directa. Y cuando llegó la RR, modificación genética para resistencia a glifosato, un herbicida mucho más amigable con la salud y el medio ambiente que los que se usaban antes, se facilitó todo.
En diez años, se limpiaron más de 10 millones de hectáreas infestadas con Alepo y gramón. Se frenó la erosión de los suelos. Se redujo en 80% el consumo de gasoil por tonelada producida. Con menos toneladas de maquinaria se siembra un 50% más de superficie.
El 18% del poroto de soja es aceite. Con un litro de aceite, se hace uno de biodiesel, que sustituye a uno de gasoil. El gasoil viene del petróleo, carbono pretérito. El biodiesel viene de la soja, CO2 del día. Reducción de gases de efecto invernadero, sobre los que el papa Francisco emitirá una encíclica en pocos días más.
Soy periodista. Comunicando, mañana celebro el día de ayer.