"Ante un premio de la FAO" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 13 junio de 2015
Tras la alharaca que generó el premio de la FAO que, con total desparpajo, retiró el lunes pasado la presidenta Cristina Kirchner, la entidad aclaró que el galardón se otorgó a la Argentina, por su contribución a la lucha mundial contra el hambre en los últimos 25 años.
Más allá de la importancia del premio y de la propia FAO, cuyos esfuerzos por combatir el flagelo del hambre y la desnutrición no han sido acordes con su generoso presupuesto de 2.500 millones de dólares anuales, lo que conviene rescatar es que la Argentina ha hecho, en 20 de estos 25 años, un enorme esfuerzo por aumentar la producción de alimentos. Fueron los años que corrieron entre 1990 y 2010. En los últimos cinco años, la producción se estancó, cayendo en todos los rubros con la única excepción de la soja, que crece por inercia y sustitución de otros cultivos.
En 1989, la producción agrícola había bajado a 28 millones de toneladas. En 2010, se rozaron las 100 millones. En 2007, cuando asume CFK, se incrementan las retenciones de todos los granos, en particular los de la soja. A poco andar, y no satisfechos con la exacción, surge la idea de las retenciones móviles. Los precios internacionales habían subido, y la ambición del incipiente “vamos por todo” llevó a un intento por aumentar la tajada. El campo explotó. Ya sabemos lo que ocurrió en la superficie: la batalla de la 125.
Pero aquella batalla tuvo consecuencias en el océano profundo de la producción. El gobierno había puesto un pie en la puerta giratoria de la Segunda Revolución de las Pampas. El experimento K iba a dar el resultado esperable: el estancamiento. Se desaprovechó el impulso de un fenomenal proceso de cambio tecnológico y organizacional, que llevaba a un crecimiento de la producción agrícola acompañado por inversiones en todos los segmentos de la agroindustria, corriente arriba y corriente abajo. Desde fábricas de fertilizantes hasta plantas de procesamiento de soja, o la transformación de granos en proteínas animales con la llegada de nuevos sistemas de producción, como el tambo confinado o el engorde a corral.
El premio de la FAO es a la Segunda Revolución de las Pampas, no a las fuerzas reaccionarias que lograron frenarla.
Es lógica la indignación de los verdaderos actores de una epopeya que el mundo admira y busca imitar. Es duro ver subir al estrado, exultante, a la responsable de haber dejado de producir 100 millones de toneladas de trigo, maíz, e incluso soja, con el cuento de “la mesa de los argentinos”. Entre los cuales hay millones que siguen dependiendo de la caridad para comer. Más duro todavía es escuchar a CFK diciendo que todo el “crecimiento” se debe al rol del Estado. El rol del Estado ha sido capturar la mayor parte de la renta del interior, la Argentina Verde y Competitiva que hizo de éste un país viable.
Frente al final de un ciclo, y en las vísperas de uno nuevo, vale la pena recoger el testimonio que acaba de entregarnos la FAO y potenciarlo. La FAO está preocupada por la producción sustentable, por el calentamiento global y su impacto en la oferta futura de alimentos. La Argentina de la Segunda Revolución de las Pampas es la más eficiente del mundo en términos productivos y ambientales.
Nadie usa menos combustible por tonelada producida. Nadie produce más kilos de comida por milímetro de agua insumido en producirla. Nadie maneja mejor el maravilloso proceso de la fotosíntesis, o de la captura de nitrógeno del aire por medio de bacterias simbióticas. El país está exportando estas tecnologías a todo el mundo, que se resiste a firmar el acta de defunción de la vieja forma de producir.
Es hora de que todo este nuevo mundo creado a partir del conocimiento, pueda expresarse a fondo en su propio país de origen. Es lo que viene. Gane quien gane.