"Mañana será un día crucial" Editorial del Héctor Huergo en Clarín Rural del 24 octurbre de 2015

Mañana será un día crucial. La Argentina tiene una gran esperanza. No, no voy a romper la veda electoral. Me estoy refiriendo a Los Pumas. Ojalá podamos festejar en el desayuno y que la celebración se prolongue hasta la final. Que se juega en noviembre.

 

Pero el campo ya ganó, parafraseando a uno (a) de los candidatos (a). Porque pase lo que pase (con Los Pumas, ojo) lo que viene es otra historia. Entonces, la clave es un nuevo relacionamiento con la política que viene y con la sociedad. Porque el contrato social está también en escrutinio. El vínculo entre el productor y el ciudadano de a pie, que sabe que los alimentos no nacen en una góndola y por eso desconfía, necesita una convención constituyente.

 

“No vayas por ahí diciendo que el mundo te debe su sustento. El mundo no te debe nada, estaba aquí antes”, decía Mark Twain. La dirigencia ruralista machacó con la muletilla de que le damos de comer no sé a cuántos millones (creo que 400, contaron todas las patas y dividieron por dos) y que el mundo va a tener más bocas en el 2050, y otras calamidades maltusianas. A la luz de los resultados, parece que este discurso no fue muy conmovedor, pero sigue encabezando cuanto libro, paper o hasta folletos publicitarios de carros mixer (que no mezclan alimentos para la gente sino para los animales).

Una vez, en pleno apogeo, le preguntaron a Brigitte Bardot qué consejo le daría a una actriz que recién se iniciaba. “Sé bonita y cállate la boca”, respondió al toque. Alguna vez lo conté y me tildaron de machista. Bueno, quizá lo sea, porque pienso que BB tenía razón.

 

Durante años, el agro sintió que su problema era que la gente no lo conocía y por eso no lo apreciaba. En realidad, este es un problema global. Pero en la Argentina tuvimos la dudosa fortuna del experimento K. Antes de que la sociedad se diera cuenta de lo bonito que era el campo, lo descubrió la política con su especial olfato para encontrar tesoros. Y fueron por todo. Conocemos la historia.

 

Ese ciclo se va a cerrar en pocas semanas, cualquiera sea el resultado del partido de mañana. Serán tiempos de propuestas. Que implican un enorme riesgo, por aquello de la “tentación del bien”. La cuestión de las retenciones, por ejemplo, dará origen a toda suerte de alquimias con un denominador común: de qué manera sostenerlas porque “no se pueden sacar de un día para el otro”.

 

Sobre todo las de la soja, que es como decir el 80% de todo lo que le maman al campo por debajo del alambrado. Pero no hay más pasto y la vaca se está secando. Una de las justificaciones -explícitas o implícitas- de los derechos de exportación es que estimulan el “valor agregado en origen”.

 

Un canto de sirenas que caló hondo incluso adentro del sector. Una cosa son los pequeños diferenciales (en general, como política espejo del proteccionismo, que tiende a llevarse el trabajo a su casa pagando más por el producto básico que por sus derivados industriales, como es el caso de la soja), y otra cosa son retenciones del 35% para la soja, y el 32% para la harina de soja o el aceite. Esto sólo sirve para que algunos vivos mezclen soja con maíz y lo exporten como alimento balanceado, que paga el 5%. 

 

El verdadero valor agregado, en la economía argentina, está en la competitividad intrínseca de las cadenas más evolucionadas. Como precisamente es la de la soja, desde la biotecnología en la semilla al pacú de Rosamonte. Un cluster que integra a fabricantes y dealers de sembradoras, pulverizadoras, cosechadoras, acoplados, camiones, la poderosa industria de crushing, los puertos. Dejemos que esto vuelva a suceder. Y habrá belleza.

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