"Balance agrícola con algunas sorpresas"
Nota del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Económico del 11 de junio de 2017
Una fuerte recuperación de las cosechas de maíz y trigo, y una mediocre performance de la soja, que permanece estancada. Ese es el balance agropecuario —simplificado— de los primeros 18 meses del gobierno de Macri.
Pero cualquier simplificación es traicionera. Abajo de estas cifras sencillas se esconde el iceberg, el gigante sumergido que hibernaba, más que por frío, por inanición. El gobierno kirchnerista, a partir de la recordada batalla por la resolución 125 (que se dirimió a favor del agro e inició la cuenta regresiva de la era K) decidió vengarse del campo, sin medir las consecuencias sobre su propia gestión.
La primera medida que anunció Mauricio Macri a los pocos días de asumir, fue la eliminación de los derechos de exportación (retenciones) al trigo (23%) y el maíz (20%), y la reducción de 5 puntos (del 35 al 30%) las de la soja. Lo hizo en Pergamino, en pleno diciembre del 2015, cuando el trigo estaba en plena cosecha y el maíz estiraba sus panojas anunciando la floración, el período crítico. Es decir, la decisión ya no podía torcer el volumen de la cosecha, la última que se sembró bajo el gobierno de CFK.
Esperanzas
Los chacareros tenían la esperanza de un triunfo de Cambiemos, donde volcaron sus votos con fervor. Pero entre que venían exhaustos financieramente y el temor de la continuidad, se movieron con cautela. Poco trigo, poco maíz, cultivos que exigen una mayor inversión por hectárea que la soja, ese maná que cayó sobre las pampas hace cuatro décadas y siempre se la rebuscó para dejar algún margen, gracias a la revolución tecnológica que experimentó su cultivo.
El trigo y el maíz padecían otro flagelo: las restricciones a la exportación. La estrategia inaugurada por el inefable Guillermo Moreno y continuada por sus sucesores consistía en “desacoplar” el precio interno de los granos respecto a la cotización internacional. Para ello se apeló a las retenciones. Los derechos de exportación operan recortando los precios internos, teóricamente en la misma proporción. Pero no le resultó suficiente. El paradigma de “la mesa de los argentinos” lo llevó al paso siguiente: trabar las exportaciones. Apareció el mecanismo de los “ROE”, que implicaba pedir autorización para cada embarque.
La realidad es que el mercado quedó crónicamente sobreofertado de trigo y maíz. Los precios al productor se derrumbaron. Hubo largos períodos en los que resultó imposible conseguir comprador para estos granos. La consecuencia fue la caída de la superficie sembrada y el menor uso de tecnología.
La derivación, obviamente, fue el derrumbe de la producción. En 2014 y 2015 se tocaron los niveles más bajos en un siglo. Con el agravante, en el caso del trigo, de la pérdida de calidad: el deterioro de la relación insumo-producto (trigo barato, fertilizantes a precio internacional) provocó una merma en el contenido de proteína, impactando en precios y prestigio.
Y para completar el cuadro, apareció el desdoblamiento cambiario. La creciente brecha entre el dólar oficial y el real fue particularmente deletérea para el agro.
La debacle fue dramática. Sobre todo porque la teoría del desacople quedó en eso: una teoría. La realidad es que ni el pan (harina de trigo) ni el pollo ni la coca-cola (que se hace con maíz) bajaron de precio. Los procesadores sí desacoplan el costo del insumo respecto al precio de su producto. Trigo y maíz tienen muy baja incidencia en el precio final del pan, de la cerveza o del whisky, que también se hacen con cereales.
Y mientras tanto, se redujeron los saldos exportables de ambos granos. Menos ingreso de divisas y nula precepción de derechos de exportación. Incluso, en 2014 fue necesario importar trigo, después que el faltante hiciera estallar el precio interno. Otro “desacople”… Quizá en la cabeza de los teóricos K anidara la añosa idea de que los productores eran insensibles a los estímulos económicos: cualquiera fueran los precios de los productos o el costo de los insumos, igual sembraban. Una visión vinculada con la idea de que la producción agropecuaria es simple recolección de los frutos de la naturaleza.
Cambiamos
Lo primero que hizo el gobierno de Macri fue eliminar el cepo cambiario e ir a la convergencia. Parecía imposible y se hizo en una semana. Por supuesto, con el auxilio de un adelanto de 2.000 millones de dólares por parte de los exportadores de granos y subproductos.
De inmediato, concretó el anuncio de la campaña respecto a las retenciones y restricciones a la exportación.
Ya explicamos que era tarde para la campaña 2015/16, que ya estaba jugada. Pero sentó las bases para un nuevo ciclo. El año pasado aumentó un 20% el área con trigo y un 25% la de maíz. En ambos casos, se volvió a usar más tecnología. Se fertilizó mucho más el trigo y “desaparecieron” los híbridos de maíz de mayor potencial de rendimiento. Consecuencia: sin haber alcanzado un récord de superficie cultivada, sí se alcanzó un récord de 18 millones de toneladas en trigo (50% más que el año anterior). Y con mucha mejor calidad por mayor aplicación de nitrógeno, lo que tranquiliza al principal cliente, los molinos brasileños.
También se alcanzó un récord de producción de maíz, que pasó de 26 a 38 millones de toneladas (50% más). La Argentina recupera así el segundo lugar como exportador mundial, que había perdido en manos de Brasil y Ucrania. Entre trigo y maíz los embarques van a totalizar unos 4.000 millones de dólares.
No pasó lo mismo con la soja, que permanece estancada en superficie y producción. Si algo hacía falta para confirmar la alta sensibilidad de la respuesta productiva a los incentivos económicos, ahora está expuesta: los derechos de exportación de la soja se mantienen en el 30%. Con los actuales precios internacionales, este nivel de retenciones aparece como un cuello de botella para reiniciar el crecimiento.
Anticipan mayores exportaciones
Esta semana, la Fundación Producir Conservando, un think tank del sector agroindustrial, lanzó sus proyecciones de producción a diez años. Según los autores del trabajo, los expertos Gustavo Oliverio y Gustavo López, la producción agrícola puede alcanzar los 160 millones de toneladas para el 2027: 40 millones más que las de la última campaña.
Para la mayor parte de los analistas, la cifra es razonable. La FPC lanza estas estimaciones cada cinco años, y la realidad es que siempre estuvieron algo por debajo de los niveles efectivamente alcanzados. Sobre todo porque en todos los casos se planteaban los cuellos de botella que, en teoría, sería necesario remover para concretarlos. Los problemas de infraestructura no solo no se resolvieron sino que se agravaron: caminos, falta de ferrocarriles, y falta de sustentabilidad en el modelo de producción con alta incidencia del cultivo de soja. Estos problemas inciden en la ecuación económica del productor, por encarecimiento de costos y acumulación de pasivos quizá no bien percibidos o contabilizados, como la pérdida de nutrientes de los suelos. Pero está claro que una remoción de estos obstáculos puede acelerar el crecimiento y proyectarlo por encima de los niveles propuestos. También incidirá la prometida reducción de las retenciones a las exportaciones de la soja, que debieran llegar a 18% a fines del 2019.
Desde la demanda, no se advierten complicaciones mayores, aunque hay excedentes agrícolas, que mantienen a raya a los precios. Prácticamente todo lo que supere al consumo se destinará al mercado internacional.Significará unos 10.000 millones de dólares anuales de aporte a la balanza comercial, sumados a los 25.000 que se esperan en el 2017.