Y habrá que sembrar, nomás. Editorial Clarin rural de Héctor Huergo
La sequía en el corn belt disparó los precios agrícolas a niveles récord. La necesidad de divisas, a esta altura de la historia del modelo K, hizo saltar por los aires la quimera del “desacople”. De insistir con ella, el resultado seguiría siendo el mismo: una caída constante de la producción de los rubros más intervenidos, como el trigo y el maíz.
Cuando hace poco más de un mes se liberaron para la exportación 15 millones de toneladas de maíz de la cosecha 2012/13, muchos productores y analistas reaccionaron incrédulos. Hoy podemos ver un fuerte achicamiento en la brecha entre el FAS teórico y el precio del mercado. Y esta semana la conducción oficial abrió lo que quedaba de la campaña anterior (2.750.000 toneladas). La vida te da sorpresas: en el caso del trigo, el precio del mercado está por encima del FAS teórico.
Pero en el campo siguen los temores. Desconfiados con fundamento, los productores sospechan que cuando esté todo sembrado, vendrá un sablazo. Puede ser. Pero ¿vale la pena correr el riesgo de perderse la campaña de precios récord por estas dudas? La fuerte demanda de insumos para maíz en los últimos días parece indicar que no. En menos de un mes, mejoró un 10% la intención de siembra, según el último informe de la Bolsa de Cereales.
Los chacareros están desplatados, tras los pobres rindes de la última campaña. Pero cuando están las ganas, el financiamiento aparece. Sobre todo en un año donde el riesgo de repetición de la sequía se diluye día a día. Más bien, el riesgo es el exceso de agua, pero ya sabemos que en las zonas Premium cualquier “exceso” se convierte en rinde.
Es un año de maíz, por clima y por mercados. Chicago está arriba de los 300 dólares ahora y hasta que llegue, en setiembre de 2013, la nueva cosecha estadounidense. La soja, en cambio, baja de los actuales 630 dólares, a 520.
Pero el escenario está atravesado por una espina filosa: las dudas sobre el uso de maíz para etanol en los Estados Unidos. Muchos suponen que una decisión política podría reducir sustancialmente este destino, con lo que los precios caerían fuertemente, para alegría de los otros consumos, fundamentalmente las distintas cadenas de proteínas animales. Es muy fuerte el lobby de las corporaciones avícolas, de cerdos, los feedlots, la industria de bebidas cola (que usan el jarabe de alta fructosa, obtenido a partir del maíz, como edulcorante), de caramelos, las cerveceras y otras elaboradoras de bebidas espirituosas que fermentan el maíz.
Antes de la llegada del etanol, maíz era lo que sobraba. Hoy añoran aquellos tiempos de abundancia: el año pasado, las plantas de etanol masticaron el 35% del maíz estadounidense. La presión para que aflojen ganó un chico en diciembre pasado, cuando lograron la cancelación de los subsidios a la novel industria. Y ahora, cuando arranca un ciclo electoral, el ambiente es ideal para argumentos efectistas, como el debate maniqueo de “alimentos vs. biocombustibles”. El maíz se dilapida en producir enormes cantidades de colesterol o hidratos de carbono o alcoholes finos que producen más muertes en todo el mundo que la mismísima desnutrición. Pero ya que hay que morir, que sea de algo rico.
La realidad es que no hay cómo frenar el uso de maíz para producir etanol. Con el petróleo a cien dólares el barril, la nafta vale 1,3 dólares el litro. Y el etanol, 0,80 dólares. Así, sin obligación alguna, conviene la mezcla. A los actuales precios del maíz, las plantas eficientes de etanol tienen todavía una pequeña rentabilidad. Por otro lado, se teme que una reducción en el uso de etanol genere una disparada del precio del petróleo, lo que tendría efectos gravísimos en la débil economía norteamericana.
Así que, como recomendó Cristina, a sembrar, que llegó la exportación… Qué loco, ¿no?