Ahora vienen por el agua... Editoria Héctor Huergo. Clarin Rural

El jueves se celebró el Día Internacional del Agua. Las redes sociales se
llenaron, como era previsible, de muletillas tan rimbombantes como infantiles:
“ahora vienen por el agua”, “solo el 2% del agua del planeta es potable” y otras
nimiedades.

Mientras tanto, el Ministerio de Agricultura recortaba drásticamente la estimación de la cosecha de soja, bajándola de 46 a 44 millones de toneladas. Conviene recordar que al comienzo de la campaña se esperaban 55. También se proyectaban 30 millones de maíz, y habrá (según el MinAgro) menos de 21. Una pérdida de 20 millones de toneladas, debida, simplemente, a la falta de agua .

¿Alguien se la había llevado? No. No fueron esos árabes que arrastran témpanos, ni los buques que vienen a llenar sus bodegas con el agua de nuestros ríos. En alguna medida, fuimos nosotros.

Aclaremos. La sequía es una contingencia del arte de la fotosíntesis. Ocurre en todas las llanuras del mundo dedicadas a la producción agrícola. En algunas, con más frecuencia y virulencia. En estas pampas, especialmente. Aún durante el ciclo de alta humedad de los años 90 al 2005, siempre hubo momentos de marcado déficit hídrico. Siempre sacrificamos cosecha.

Por eso, insisto, fuimos nosotros. Porque la pampa húmeda no lo es tanto, pero es atravesada por enormes recursos hídricos que fluyen alegremente hacia el mar, donde se salinizan antes que el sol, el viento y el propio movimiento del planeta hagan el trabajo de devolverlas al continente.

Entonces, la primera reflexión en el día del agua, es por qué dejamos la canilla abierta. La segunda: por qué no poner una manguera y regar. Cuesta mucho, es cierto. Pero en estos diez años de retenciones, el agro aportó 50.000 millones de dólares. Nada de eso volvió como infraestructura para riego. No solo aseguraríamos el flujo sino que podríamos incrementarlo sustancialmente.

En esto de aprovechar el agua, convengamos que el productor argentino hizo los deberes. Con la siembra directa, se ha convertido en el que produce más toneladas de alimento básico por milímetro de agua caído. El salto tecnológico de la SD fue facilitado por el uso de herbicidas (como el glifosato) que sustituyeron el laboreo mecánico. Este destruía la materia orgánica de los suelos, afectando la infiltración de agua. No solo ahorramos energía, también ahorramos agua.

Pero en años como el actual, esta mejora de la eficiencia hídrica no es suficiente. El riego complementario sigue pendiente. Simplemente, agregar los milímetros que aseguran la gran cosecha.

Unas palabras también para quienes la están usando, y bien. En primer lugar, los arroceros. Ya hablamos la semana pasada de los cien años de arroz y la actualidad en Corrientes.

En la costa de enfrente, un empresario chaqueño combina el arroz con la producción de pescado. Lo visitaron esta semana dos expertos estadounidenses, invitados por ACSOJA.

Y también esta semana, el rafaelino Jorge Arias, director del área de acuicultura de Alltech, vino desde Kentucky para contarnos que el pescado es ya la principal proteína animal que consume la humanidad. Más de la mitad, 60 millones de toneladas, vienen de la acuicultura. La Argentina, con sus enormes recursos, recién está haciendo sus pininos.

Cuidar el agua es aprovecharla. Hay que reconocer los esfuerzos del Prosap, un programa oficial, que está impulsando tanto el riego como la acuicultura.

En la vereda de enfrente, se instalan quienes en nombre del progresismo, se manifiestan en contra de la “extranjerización de la tierra”, pero aplauden a inversores que clausuran nuestros recursos, afectando el interés nacional. Paradójicamente, cuestionan a las petroleras por no haber extraído suficiente hidrocarburo, mientras ponen el pie en la puerta giratoria del progreso, que es… el agua.

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