El maná otra vez a 500 dólares
La soja llegó otra vez a los 500 dólares la tonelada. Es una gran noticia. Para
los productores, en primer lugar, que de esta forma compensarán en buena medida
los pobres rindes que se esperan como consecuencia de la sequía. Y también para
el gobierno, socio principal de un negocio vapuleado absurdamente desde el
discurso oficial.
Aunque las diatribas de la Presidenta pertenecen al pasado, el estigma quedó clavado. CFK cambió de opinión, pero los intelectuales K siguen castigándola con fluidez e ignorancia. No importa. El maná sigue fluyendo, para beneficio de todos. También de sus enemigos.
Seamos justos. La soja demostró que es un yuyo. No solo porque es capaz de apretarse hasta el ahogo en la sequía, para renacer como el Ave Fénix ante el primer golpe de agua. Pero esta condición no es “natural”. Es la genética. Recordemos los fracasos de hace treinta años, cuando en los años buenos se iba en vicio, o vaneaba sin conocerse la causa. Muchos fracasos, antes de dar en el clavo con los ciclos, el control de insectos, ganar la batalla contra las malezas. Después, llegó la RR. En quince años pasamos de 15 a 50 millones de toneladas. Con estabilidad: es cierto que vamos a perder cerca de 10 millones de toneladas, ya que esperábamos 55 y habrá 45. Pero no menos cierto es que con la sequía que campeó por las pampas, esto es un milagro.
La soja no solo está sobreviviendo a la sequía climática, sino también al atraso cambiario. Muchos economistas sostienen que es el virus de la “enfermedad holandesa”, esa proliferación de billetes verdes que se acumulan en el Banco Central a pesar del temible rumbo que se abrió en el fondo. Pero esa es otra historia.
Aquí y ahora, lo concreto es que gracias a la tecnología, la soja sobrevivió a la sequía y está sobreviviendo al dólar barato. ¿Por qué? Porque a diferencia de otros rubros, incluso del agro, la Argentina tiene influencia decisiva en la formación de los precios del complejo soja, del que, por otro lado, derivan los demás precios agrícolas. Si el yuyo sube, todo lo demás acompaña, por vasos comunicantes en la batalla por el uso del suelo.
Veamos lo que está sucediendo. Los mercados están acusando la caída de la producción argentina (y sudamericana). En las últimas semanas han subido un 20%, demostrando que la demanda no puede prescindir de ella. No es moco de pavo: millones de cerdos, aves y peces de criadero están esperando los pellets de harina de alto contenido de proteína, principal producto (en volumen) de la soja. La Argentina es el mayor exportador mundial, embarcando 40 millones de toneladas por año, unos 12.000 millones de dólares. Lo paradójico es que figura como “residuo” en el absurdo nomenclador arancelario, tanto que algún renombrado economista llegó a decir que la Argentina exporta “basura”. Harina de alto contenido proteico, el producto más dinámico de la canasta alimentaria global, muchachos.
Pero hay otro hecho crucial. La soja, además de harina, da aceite. La Argentina también lidera el mercado mundial de aceite de soja. Hace un par de años, China, un gran cliente, dejó de comprar buscando otros orígenes. Fue muy grave. La solución fue volcar ese aceite a la producción de biodiesel, primero para el mercado internacional y ahora, de manera creciente, al mercado interno.
Así, se digirieron nada menos que 3 millones de toneladas de aceite. De no haber sucedido esto, otra sería la historia. Semejante volumen de aceite arrojado al mercado internacional hubiera derrumbado los precios inexorablemente. Hicimos biodiesel, con todas sus externalidades positivas. Esta construcción colectiva sirvió para fortalecer el precio de nuestro producto bandera.
Sí, el Gobierno va a recaudar 400 millones de dólares más de lo que había presupuestado. Ya están gastados.