"Impuestazo: la dirección opuesta". Editorial Héctor Huergo
El campo está dando una feroz batalla para frenar el impuestazo en la provincia
de Buenos Aires. El embate del ruralismo frenó nuevamente esta semana el avance
de la ley que actualiza los valores fiscales de la tierra.
Forzar la sanción de la norma va a significar un alto costo político para el gobierno provincial. Y el riesgo de una escalada que involucre a las otras provincias agropecuarias. Pero además es matar la gallina de los huevos de oro.
Una pena, porque lo que más necesita el país es aprovechar este inédito ciclo de los precios agrícolas. Esta semana, cuando se profundizó la crisis europea, con repercusiones en los mercados bursátiles, los precios de los granos volvieron a subir, contrariando los vaticinios de los analistas más encumbrados.
Esto ya no es viento de cola. Es una onda larga basada en la fortaleza de la demanda asiática y en la irrupción definitiva de los biocombustibles en la escena global. Con un petróleo a cien dólares el barril, el maíz no bajará de los 200 dólares, y la soja vale siempre por lo menos el doble que el cereal.
Esto, por supuesto, promete alta rentabilidad. En Estados Unidos, en Brasil, en Uruguay. Y también en la Argentina. Sólo que en este caso, entre las retenciones, el impuesto a las ganancias y otras gabelas, la rentabilidad viaja del campo a la ciudad. Y en la ciudad, sobre todo en el conurbano bonaerense, ya no alcanza con capturar la renta agropecuaria. Ahora necesitan ir por el capital.
La provincia de Buenos Aires ya no es lo que era. Exhibe mucho menos dinamismo que las otras dos grandes provincias pampeanas, Santa Fe y Córdoba. Se percibió claramente en Mercoláctea, la muestra lechera realizada la semana pasada en San Francisco, epicentro de la revolución tecnológica del tambo. Allá, se asiste a una intensificación feroz, con la tendencia a la estabulación para mayor confort animal. Ya no se habla de “reserva forrajera” sino de “forrajes conservados”, una añosa propuesta de Clarín Rural que allá se comprendió cabalmente. Mixers, picadoras, carros estiercoleros, galpones provistos por nuevos especialistas en “free stall”, inoculantes y aceleradores de secado para silo y heno, embolsadoras, etc.
Eso explica el milagro del aumento de la productividad por vaca, donde producciones de más de 30 litros diarios son moneda corriente. Es el doble que hace quince años. Esto es valor agregado en tecnología, a pura inversión de los productores.
De San Francisco marchamos a Río Cuarto. Allí avanza a toda velocidad la construcción de la primera gran planta de etanol de maíz de la Argentina. Los socios son 20 productores de la región, que buscan valorizar su maíz, evitando el flete a puerto, las restricciones comerciales y las mismísimas retenciones. Van a invertir 160 millones de pesos, y han conseguido que alrededor de la mitad de esa cifra se cubra con un préstamo del Bicentenario. No es lo único que lograron: tienen cupo fiscal, y se instalaron en un predio cercano a la planta distribuidora de gas y a la generadora eléctrica, con lo que cuentan con las fuentes de energía necesarias. Van a masticar más de 150.000 toneladas de maíz por año. Un volumen que se suma a lo que de modo creciente consume Avex, un complejo avícola que nació hace apenas cinco años.
El gobierno, tanto el nacional como el bonaerense, se llena la boca hablando de “valor agregado en origen”. Pero los que tienen el impulso innato de “agregar valor” son los propios productores. Primero, porque nada agrega más valor que la producción de básicos (los granos). Pero además, son ellos los primeros interesados en avanzar en la cadena de valor. Solo que para poder hacerlo, necesitan contar con sus ingresos. El impuestazo va en la dirección opuesta. Están cortando las brevas inmaduras.