"Hay algo más preocupante" Editorial Héctor A. Huergo
Hay algo más preocupante que el impuestazo bonaerense. En el fragor de la
batalla, pasaron a segundo plano las cuestiones de fondo. Por ejemplo, lo que la
conducción oficial piensa acerca del rol del agro en esta etapa del desarrollo
económico y social.
Veremos que el reajuste del valor fiscal de los inmuebles rurales es una cuestión menor, al lado de lo que el agro está dejando en las arcas públicas. Y, sobre todo, frente al riesgo de una exacción mayor, en nombre de “el modelo”.
Primero: los 400 millones de pesos (80 millones de dólares) extra, por más que duelan, son solo una vuelta de tuerca sobre los 2.500 millones que aporta solo por retenciones. Si hubieran prosperado las retenciones móviles, el campo bonaerense estaría pagando derechos de exportación por 3.500 millones de dólares. Mil palitos verdes más.
¿Por qué conviene hacer esta comparación? Fundamentalmente, porque en estos últimos días tuvo vasta difusión un artículo del hoy viceministro de Economía, Axel Kicillof, publicado el 19 de diciembre del 2010 en Página 12. El encumbrado economista subrayaba entonces que “el fatídico voto no positivo lesionó mucho más que lo que se cree al esquema macroeconómico”. En su ideario, las retenciones móviles hubieran servido para corregir “los efectos nocivos de la expansión sojera”. Explica que “la soja debido a su extraordinaria rentabilidad expulsó a las producciones tradicionales -entre ellas la ganadería- hacia zonas marginales, encareciéndolas y agregándoles un componente estacional muy acusado”.
Temerario. La soja triplicó su producción en diez años, pero los demás cultivos crecieron un 50%. La ganadería aguantó el embate agrícola hasta que el exceso de manoseo (desde el aumento de las retenciones hasta la lisa y llana prohibición de los embarques), destruyó las expectativas. Y una intensa sequía cantó jaque mate. La revolución de la soja no era una carga, sino un estímulo a la intensificación de toda la agropecuaria pampeana. Y lo sigue siendo.
Pero el ideólogo K cree lo contrario. Una pena, porque la propia Presidenta evolucionó de la teoría del yuyo, de donde era difícil volver, a cantar loas a la biotecnología, subirse a una fumigadora (de esas que aplican el políticamente incorrecto glifosato), y hasta llevó una cosechadora argentina en la reciente misión a Angola.
Mire qué cosa, Kicillof. Biotecnología, fumigadora, cosechadora. Industrias que emergieron en los últimos años, al ritmo de la revolución sojera. Argentina fue el segundo país en el mundo en adoptar la modernidad de los organismos genéticamente mejorados, casi al mismo tiempo que los Estados Unidos. Hoy prosperan clusters biotecnológicos en Rosario, Venado Tuerto, Pergamino, Balcarce, con fuerte integración público-privada.
Kicillof cree que hay que transferir los ingresos y la rentabilidad agrícola a otras actividades planificadas que él considera más plausibles. La soja y todo lo que la acompaña ha dado lugar a una industria no planificada. Quizá ahí esté su fortaleza. Cientos de fábricas y talleres proveyendo tractores, sembradoras únicas a nivel mundial. Un poderoso racimo de plantas de proceso que permiten que toda la soja salga al mundo convertida en aceite, harina y biodiesel. Hasta la industria automotriz, que estaba muerta y sepultada en el 2002: lo que en la Argentina se fabrican son, básicamente, camionetas. Para el campo. Por la soja, el maíz, el trigo, la carne, la leche, el vino, las frutas y hortalizas.
La industria de agroquímicos informó esta semana que las ventas del 2011 alcanzaron los 2.000 millones de dólares, más del doble que en 2002. La petroquímica tiene también por principal destino al agro. Urea y polietileno, gas bajado a tierra para fertilizar y almacenar.
Estaba naciendo una nueva estructura industrial.