"Y sin embargo se mueve..." Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural 13 septiembre 2014
Que el campo no haya colapsado aun no es un milagro. Es el resultado de la inercia de la Segunda Revolución de las Pampas. Pero no juguemos con fuego. El horno no está para bollos.
Hubo dos motores que impulsaron el crecimiento agrícola en los últimos veinte años. Uno fue la irrupción masiva de nueva tecnología, generando la competitividad que puso a estas pampas en el podio mundial de la agricultura. El otro fue el fenómeno de los precios, que exhibieron una sorpresiva espiral ascendente al despuntar el siglo XXI.
Hoy los dos motores están rateando. El detalle es que ambos constituyen las turbinas de un jet en el que estamos todos abordo. Encima, alguien puso agua en el tanque de combustible. Media provincia de Buenos Aires está inundada y lo que se escucha (como solución) es que llovió más de lo esperado.
Todo el mundo esperaba que los precios bajaran. El boom de los precios generó un gran impulso productivo en todo el mundo. “Los contrarios también juegan”, dice un añoso adagio. Y también rige aquel principio de que “el remedio para los altos precios son los altos precios”. En otras palabras, se acelera el crecimiento de la oferta y de pronto aparecen más vendedores que compradores.
Para los productores de todo el mundo, este problema se baipasea fácilmente. La agricultura en los países desarrollados cuenta con mecanismos que permiten acomodar las cargas: seguros de precio, seguros contra contingencias de todo tipo, cuando no subsidios explícitos que reaparecen cuando los precios bajan.
En la Argentina, para qué recordarlo, esto no sucede. Todo lo contrario, a través de muchas décadas se dedicó a extraer la renta agroindustrial para redistribuirla en fines más plausibles. Como dijo una vez Charly García -fue cuando el finado Potro Rodrigo le propuso hacer un tema juntos- “todo tiene un límite”.
El segundo motor, el de la tecnología, fue perdiendo fuerza a medida que se profundizó el perverso mecanismo de las retenciones. Estas sirven para recortar los precios agrícolas, y ese es el objetivo explícito del “modelo”. Pues bien: los precios internacionales de los granos arrastran a los de los insumos necesarios para producirlos. Si sube el maíz, sube el fertilizante. En el mundo, siempre hace falta la misma cantidad de maíz para pagar una unidad de nitrógeno o fósforo, o de tractor o cosechadora. En la Argentina de las retenciones, esa ecuación se distorsiona. Hacen falta más cantidades de producto para pagar una de insumo.
Consecuencia: se encarece la tecnología. Y esto conlleva a un menor uso de fertilizantes, no invertir en riego, emplear semillas más baratas y de menor potencial (ya que ni fertilizamos ni regamos), entrando en una espiral negativa. Utilizamos cada vez más unidades del insumo disponible (la tierra) en relación a lo que podemos poner arriba de ella para aumentar los rindes.
¿Se entiende ahora porqué hace cinco años que la producción no crece? La cosecha se estancó en las 100 millones de toneladas, cuando debiera llegar a 160 en el 2020. Se aplican menos fertilizantes ahora que en 2010.
Ahora, el panorama es realmente complejo. Además de las buenas cosechas mundiales, el dólar se está fortaleciendo, metiendo más presión sobre los precios agrícolas. La intención de siembra de los cultivos más costosos, como el maíz, está por debajo de la ya magra del año pasado. El escape de siempre, la soja. No es lo mejor para los suelos ni para el control de malezas. El gobierno, en su agónico final, pensará que esto es lo mejor que le puede pasar, porque seguirá pirateando uno de cada tres barcos que el productor llena a su cuenta y riesgo. Encima, el chacarero paga el flete y no puede ni siquiera recuperar el IVA de este gasto.
Ya estuvimos aquí. En 1988/9 el desdoblamiento cambiario, las altas retenciones y los bajos precios internacionales provocaron una brusca y terminal caída de la cosecha. Colapsó la era Alfonsín. La culpa fue del “golpe de los mercados”. Ahora serán los buitres, o los “agrogarcas”.
Y, sin embargo, el campo se mueve. Todavía.