"Enseñanzas de Gastón Aguirre" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural 27 septiembre 2014
Las redes sociales se hicieron esta semana un picnic con el raid mediático de Gastón Aguirre, el delincuente filmado por un canadiense mientras intentaba robarle la mochila. El motochorro se justificaba diciendo que robaba para comprarle un regalo de cumpleaños a su hijo, y su señora aprovechaba sus 15 minutos de triste fama para echarle la culpa a la víctima porque había subido el video a Youtube.
Los productores del campo no se percataron de que les estaba ocurriendo algo parecido a lo del canadiense. No fue un asalto a mano armada, sino el fruto de una bravata borgiana: “te espero en el puerto”. De ahí no se zafa. A diferencia del frustrado ladrón, que salió libre porque lo suyo fue una simple tentativa de robo, el gobierno, con el simple expediente de los derechos de exportación, le sacó prolijamente el 35% de la soja y el girasol, el 23% del trigo y el 20% del maíz. Unos 70.000 millones de dólares, diez veces más que el famoso “gran robo de granos” de los soviéticos en 1973. Fue cuando compraron subrepticiamente el 30% de la cosecha de trigo de los Estados Unidos, tras el fracaso de la propia. Cuando los norteamericanos se dieron cuenta, era tarde.
Aquél gran robo pasó a la historia. Fueron “apenas” 20 millones de toneladas de trigo. La exacción a los chacareros pampeanos quintuplica esos volúmenes. En la era K, produjeron 400 millones de toneladas de soja, 250 de maíz y 100 de trigo. Entregaron 250, a un valor promedio de 300 dólares. Ahí están los 70.000 millones.
A diferencia de los rusos, que tuvieron que pagar el flete hasta el Báltico, acá los productores se hicieron cargo del flete hasta el puerto. Y cuando quieren recuperar el IVA, no se lo devuelven.
Pero todo esto estaba asimilado. Los del campo se quedaron más o menos tranquilos después de la batalla por la 125, en el 2008. El gobierno K siguió la saga reinventando viejos caminos. Llegó el desdoblamiento cambiario. Hoy el dólar soja vale 5,50 pesos, el oficial más de 8 y el verdadero, 16.
Esa es la película que (como el canadiense) estaban filmando los productores cuando los sorprende una marea de malas noticias. Los precios internacionales cayendo en picada, como todo el mundo sabía, y con dudas para vender porque, como todo el mundo, no quiere tener pesos. Y dólares no se pueden comprar.
El gobierno les agita la espada de Damocles de la ley de abastecimiento, que es para disponer de los granos. Y no por una necesidad de asegurar el alimento a los millones de beneficiados con el modelo, sino para hacerse de los dólares. Y esta semana, el jefe de Gabinete de Ministros les mojó la oreja acusándolos de antipatria, avaros y otras lindezas. Disculpe, Capitanich, me duele decirle que se me apareció la imagen de la esposa de Gastón Aguirre, cuando culpaba al canadiense por mostrar el choreo. Y al propio ladrón, cuando se defendía diciendo “era para el nene”.
Ministro, el campo ya le entregó la mochila. Y ahora no puede llenarla de nuevo. Usted sabe que la mano viene complicada.
Por acción u omisión, el modelo se hizo soja dependiente. La matriz económica diversificada con inclusión social se resume en cuatro palabras: dame la soja ahora. La situación es muy difícil. Pero la única alternativa viable, en el corto plazo, es aguantar hasta que los productores se decidan a vender, convencidos de que no pueden esperar una suba de los precios internacionales. Y disipar las expectativas de devaluación (o concretarla) alimentada por la insostenible brecha cambiaria.
A mediano plazo (porque en el largo plazo moriremos todos, como decía Keynes) habrá que repensar esto de las retenciones. El PRO, sin duda el más “pro campo” de los partidos que competirán por la presidencia en el 2015, dijo hace tres meses que eliminaría todos los derechos de exportación menos el de la soja, que se iría reduciendo 5% por año. En aquél momento, valía 480 dólares. Hoy bajó a 350. Hay que inventar otra cosa. Esa otra cosa es restablecer el “precio lleno” para la producción, lo que no significa desfinanciar al Estado. En mi barrio, cuando alguien necesita no entra por la ventana a la alacena del vecino. Le pide prestado. Y el vecino le da todo lo que necesita, sabiendo que un día se lo devolverá con creces. Se llama civilización, convivencia pacífica, progreso.