"Laudato si, mi Signore" editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural, 20 junio 2015
“Seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”.
Con esta conmovedora oración de San Francisco de Asís, el Papa Francisco encabezó su primera encíclica, destinada a la cuestión ecológica. Una pieza clave, que con un tono medido y contenedor, convoca a afrontar los desafíos ambientales que afectan al planeta y a la humanidad. En particular, a los más pobres, que siempre son los que primero padecen los efectos de la crisis ambiental.
La encíclica recorre todos los aspectos de la problemática ecológica. “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”. Pero coloca decididamente en el centro del tablero la cuestión del cambio climático, sin duda la mayor amenaza ambiental.
El calentamiento global es consecuencia de la actividad humana basada en el uso de fuentes de energía fósil, y su consecuencia: las emisiones de gases de efecto invernadero.
Las enumera prolijamente por orden de contaminación. Primero, el carbón, luego el petróleo, y finalmente el gas, en ese orden. Y clama por una rápida transición hacia las energías renovables.
En esta editorial nos ocuparemos de la contribución de la agricultura argentina, con sus pro y sus contras, a la problemática del calentamiento global. Es probable que Francisco las conozca, pero nunca está demás repasar lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo.
Entre otras cosas, la humanidad ha abusado del carbono fósil. Pero no sólo al utilizarlo como fuente de energía.
También abusó del “carbono estructural”, el que formaba parte de los suelos, protegiéndolos de la erosión y hospedando al universo de organismos que hacen posible la vida de las plantas. El arado fue el instrumento que abrió paso a la agricultura. Pero 10.000 años de laboreo terminaron con la materia orgánica de los suelos.
En la Argentina, hace treinta años, comenzó a darse vuelta la historia. Hoy la agricultura pampeana lidera la transición hacia la “siembra directa”, respetando los residuos del cultivo anterior.
Más materia orgánica en los suelos significa menos CO2 en el aire. También significa suelos más esponjosos, capaces de almacenar más agua (la encíclica le dedica abundante especio a este recurso).
El mismo jueves, mientras se conocía la encíclica, el economista Federico Sturzenegger mencionaba a Víctor Trucco, fundador de Aapresid, como pionero indiscutido de la SD a nivel mundial.
Pero también mencionó a otro pionero, Zacarías Klas, fundador de Ipesa, que con la innovación del silobolsa resolvió otra de las cuestiones que tienen que ver con el “cuidado de la casa”: el almacenaje que reduce pérdidas de alimentos, en cuyo proceso de producción se consumen recursos y energía.
Ambos hitos, SD y silobolsa, tienen que ver con menor consumo de energía. SD es la mitad del acero que se necesitaba antes, y un tercio del combustible. El silobolsa también es menos kilos de hierro, sino una nueva logística que ahorra kilómetros y energía antes usada en “elevar” los granos.
Siembra directa es también menos compactación, por menor tránsito de tractores, que además requieren menos potencia que los que arrastraban un arado.
Y en el camino de la menor compactación, la agricultura argentina sigue innovando: ayer mismo, King Agro, una empresa que nació hace apenas tres años, inauguró una planta que va a producir botalones de fibra de carbono para pulverizadoras automotrices. Es la primera, en el mundo, que utiliza este material hiper liviano y de gran resistencia, en la maquinaria agrícola.
Algo más: esta fábrica se levantó para atender la demanda del líder mundial en la materia, John Deere, que abreva también en estas pampas.
Son buenas nuevas para Francisco. Laudato si.