"El fin de la edad de hierro" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 27 junio 2015
En estas pampas se está escribiendo la historia de la nueva agricultura. La Segunda Revolución de las Pampas, la de la conquista tecnológica, arrancó con la intención de acortar la brecha que se había abierto con le agricultura del mundo desarrollado. Parecía cuestión de “copy-paste”.
Pero enseguida comprendimos que ese sendero era un cul de sac. Ellos subsidiaban a sus agricultores con recursos que proporcionaba la competitividad industrial. Al revés, exactamente, de lo que sucedía en estas playas. Teníamos que inventar otros caminos.
Y lo hicimos. Con tanta suerte, que no solo se logró desarrollar el agro, la agroindustria conexa corriente arriba y corriente abajo, sino que la Argentina se hizo viable. Los dislates de la política económica no invalidan esta sentencia: basta un golpe de timón para que dejemos de estar proa al viento, con las velas flameando y sin “darle camino” a este barco que sigue con ganas de navegar.
Puede que nada bueno suceda, en cuyo caso diremos, como los republicanos españoles, “perdimos la guerra, pero hicimos unas canciones…!” Aquí va letra para una de ellas, la más reciente.
La semana pasada, la novel empresa King Agro y la más antigua del mundo en el rubro, John Deere, anunciaron conjuntamente un acuerdo global para la introducción de botalones de fibra de carbono en sus pulverizadoras automotrices.
En 1837, el señor John Deere, un herrero artesanal de Vermont, se mudó a Illinois acompañando a un grupo de pioneros que huían hacia el futuro. Se encontraron con un problema: los arados de fundición se atoraban con el barro de las fértiles tierras del Medio Oeste, muy distintas a las arenosas y pobres de Vermont. Deere le encontró la vuelta con el sencillo expediente de pulir la reja. Fundó la fábrica en Detour, en un par de años llevaba vendidos 2.000 arados.
En la Argentina, los hermanos Mariani fabricaban herrajes y mástiles para veleros. Sorprendían por la calidad de sus materiales, introduciendo rodamientos de materiales compuestos, siempre en la cresta de la ola. En el 2000, fabricaron los primeros mástiles de fibra de carbono en el país. Sus ventajas eran colosales: livianos, fuertes, muy escaso mantenimiento, eternos. Y de una estética impecable.
Tenían que llegar al agro. En la Argentina estábamos desarrollando una agricultura más eficiente. La de la siembra directa, la biotecnología, el silobolsa. Menos kilos de hierro, menos litros de gasoil, inoculantes que fijan nitrógeno del aire. Más secuestro de carbono en suelos que no se laborean. Y, de pronto, decretamos la muerte del arado y firmamos el acta de defunción. Sí, aquel arado de acero de la reja pulida del mítico John Deere.
Un usuario de John Deere, Pancho García Mansilla, tenía una pulverizadora recién comprada. Cuando vio el botalón de carbono, se dio cuenta de lo que podría significar para su máquina: pasar de 24 a 36 metros de ancho de labor no solo significaba más hectáreas por hora y menor costo operativo. También pisaría menos los cultivos ya crecidos y seguramente la estructura de la máquina sufriría menos. Se la jugó.
Unos meses después, una delegación de altos mandos (ejecutivos y técnicos) de JD lo visitaba en su campo. Algo estaba naciendo, fue un momento fundacional. Estuvimos ahí. La civilización del acero, el que luce como un homenaje en la estructura del formidable centro administrativo de John Deere en Moline, no llegará inmediatamente a su fin, pero tendrá que compartir su reinado con los nuevos materiales compuestos.
No es casual que esta innovación haya salido de estas pampas. El mundo desarrollado está muy lejos de las necesidades de una agricultura eficiente, sustentable, como la que se desarrolló en la Argentina Verde y Competitiva de la que nos hablaba Héctor Ordóñez. La hicimos, y hay más hilo en el carretel.