El debate “alimentos vs. energía” editorial Héctor Huergo- 11/02/12
Hay dos “drivers” que comandan la actual onda larga de altos precios agrícolas:
la transición dietética de los países asiáticos -los más poblados del planeta-y
la suba del precio del petróleo. Ambos tienen el mismo fundamento, que no es ni
más ni menos que la mejora de los ingresos que se está operando en Oriente,
liderados por China.
Más dinero en el bolsillo no significa comer más, sino distinto. Pasar de una dieta vegetariana, basada en el arroz, legumbres y verduras, con escasa participación de proteínas animales, a una dieta cada vez más rica en carnes y lácteos, que está generando una verdadera succión de granos básicos y harinas proteicas (soja en especial).
Los procesos de transformación de granos en carnes son estructuralmente ineficientes.
Un pollo, sin duda la especie que más incrementó la capacidad de conversión en los últimos treinta años, a duras penas alcanza para una familia tipo de cuatro comensales. Requiere hoy 2 kg de alimento por kg de peso vivo. Son 3 kg de polenta y 1 de soja.
Si en lugar de dársela al pollo, la comieran la misma familia en forma directa, les alcanzaría para ocho almuerzos.
Pero hay plata en el bolsillo global y nadie quiere comer polenta con milanesa de soja. En China la compañía Yum, que tiene la franquicia de Kentucky Fried Chicken, abre un local cada 19 horas.
Por el lado de la demanda energética, pasa exactamente lo mismo. Familias más ricas usan más autos, más aire acondicionado, más calefacción.
Estamos entonces bajo la presión de un crecimiento sostenido de la demanda de bienes alimenticios y energéticos básicos. No es en la vieja Europa, ni siquiera en los EE.UU., donde se da este fenómeno. Es esencial comprender esto: es en China, India, Brasil. El viento de cola no viene de Occidente, viene de Oriente. Y no es la cigüeña, que perdió la batalla contra los planificadores, sino la billetera de los padres de una sociedad de hijos únicos, como la de la China del control de la natalidad.
Por eso, cuando se plantea el dilema “alimentos vs. energía”, conviene separar la paja del trigo. El petróleo subió, en los últimos diez años de 20 a 100 dólares el barril. Así, habilitó la posibilidad de utilizar los granos para sustituir la nafta. Esto se está realizando ya en condiciones de mercado. A fines del 2011 caducaron los subsidios y la protección de que gozaba el etanol de maíz en los EE.UU., y el consumo se mantiene sin cambios. El etanol es el principal destino del maíz norteamericano, capturando el 35% de la cosecha. Despotrican los feedloteros, polleros y chancheros, y también los que hacen fructosa para las bebidas cola. Les apareció una demanda feroz, que los sacó de una posición de confort en el mercado.
Lo que también conviene preguntarse es si se puede considerar “alimentos” a las proteínas animales, al edulcorante calórico de las bebidas cola, o a la cerveza, el whisky y tantas cosas que se hacen con granos. Alimentos, estrictamente, son los granos básicos y sus derivados del primer procesamiento. En cuanto entramos en aquello del “valor agregado”, debemos considerar la ineficiencia intrínseca del proceso. Es tan ético usar el maíz para producir combustible como convertirlo en pollo, donde tiramos la cabeza y los menudos, los huesos, y bostea el 80% de lo que come. Producir biocombustibles es una idea tan estúpida como producir cerdos, carne vacuna, fois gras o bourbon Jack Daniel’s.
Por otro lado, habría que preguntarse cuánto valdría el petróleo si no existiera ya la enorme sustitución (más del 10%) de nafta por etanol en EE.UU., del 5% en la UE, del 20% en Brasil. Seguramente, ya estaría en los 120 dólares el barril, con el mundo en vilo por seguir dependiendo de un abastecimiento crónicamente inseguro.