La polémica “alimentos vs. energía” editorial Héctor Huergo- 17/02/12
En la contratapa de esta edición de Clarín Rural , Roberto Domenech, presidente del Centro de Empresas Procesadoras Avícolas, responde a mi editorial del sábado pasado, en el que cuestioné la falsa (a mi juicio) opción “alimentos vs. energía”.
La polémica está lanzada. Y la seguimos.
Plantea Domenech que la industria avícola es una importante generadora de ingresos, mano de obra y valor agregado, lo que es indiscutible. Quizá el titular de la cámara avícola sospecha que uno se volvió vegetariano o defensor de los derechos del animal o algo por el estilo. No es el caso. Todavía no lo soy y sospecho que, salvo prescripción médica, jamás lo seré. Y en el plano estrictamente editorial, hemos dado suficientes muestras de nuestro reconocimiento a la industria avícola, la porcina o tantas otras cadenas de valor por su aporte a la economía y la sociedad.
Tampoco dejaré de tomarme alguna cerveza, o algún gin tonic, o algún whisky, todas bebidas que brotan de los granos. En ningún momento he pensado que la humanidad deba volver atrás en sus costumbres, gustos y debilidades. Solo planteé que la razón por la que la demanda de granos está en ebullición, es por el efecto ingreso de sociedades que hasta ahora no habían acometido el pecado de la carne.
Es fantástico que estas sociedades hayan generado la posibilidad de dar un salto cualitativo en su acceso a alimentos más sofisticados. Algunos en exceso. Otros con colaterales complicados, como el exceso de calorías en las bebidas cola (edulcoradas con jarabe de fructosa elaborado a partir del maíz, o sacarosa proveniente del azúcar de caña). O la grasa que acompaña en mayor o menor medida a las proteínas animales. Y que es precisamente lo que les da el gustito, como la deliciosa carne Wagyu, por la que hay que pagar 100 dólares el kilo en la mismísima ciudad de Buenos Aires.
Mi editorial sólo remarcó que no existe un uso del maíz o de la soja más inteligente o menos estúpido que otro. Y mucho menos en un país ampliamente excedentario en granos básicos. Plantea Domenech que la industria avícola, con sus 180.000 puestos de trabajo, consume 3,4 millones de toneladas de maíz. De no haber sido por la sequía, hubiéramos cosechado 30 millones de toneladas. La propuesta sería entonces embarcar 20 millones sin valor agregado. De esta forma sustituiríamos parte del maíz que los EE.UU. dejan de exportar porque lo destinan a la elaboración de etanol.
Mi editorial no descalificó al pollo, ni al cerdo, ni a cualquier otro bicho que camina y va a parar al asador. Solo planteó el absurdo del dilema ético, política y emocionalmente correcto, del debate “alimentos vs. energía”.
Tiene razón Domenech: el maíz es una fuente extraordinaria de energía. Ahora, ¿alguien tiene más derecho a determinar cómo se utiliza que otro? Los biocombustibles son una alternativa de transición, hasta que nuevos cambios tecnológicos habiliten caminos más eficaces.
Pero tienen enormes ventajas respecto a la energía fósil: reducen las emisiones de gases de efecto invernadero, son renovables, generan inversiones y empleo en el interior, democratizan el negocio de la energía, sustituyen importaciones y disminuyen el riesgo de desabastecimiento de combustibles.
Roberto, el 10% de los granos que se producen en este planeta, se destina a la alimentación de mascotas. Algunos balanceados llevan hasta carne aviar. ¿Es esto “inteligente”? ¿Es una opción equivocada? Sí, es inteligente: atiende a una demanda que crece también por efecto ingreso. Nos viene muy bien, como país, que esto esté sucediendo.
En Estados Unidos y en Brasil ya se hace fibra textil, el PLA (Polilactic Acid) a partir del maíz. Nuevos usos, nuevos negocios, más país.