"Un pie en la puerta giratoria" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 12 abril 2014
En el siglo XXI pasamos de la era de la abundancia a la era de la escasez.
La Facultad de Agronomía de la UBA se instaló esta semana en el centro del tablero. Allí se debatió durante tres días la perspectiva de los agronegocios de Argentina en relación con Asia. Buen momento para hacerlo, porque a veces conviene salirse de los desvelos coyunturales (razones de sobra y bien conocidas) y situarse en otra plataforma.
No falta tanto para que se inicie un nuevo ciclo en el que las cosas serán, inexorablemente, distintas.
En los últimos tiempos, se ha repetido la muletilla del “final del viento de cola”, que “la burbuja de los commodities” explotó y que no se debe esperar mucho del sector agroindustrial. Quienes asistieron al evento coordinado por el ex deFernando Villela, o quienes lo vieron desde sus computadoras, habrán podido comprobar que aquí no se rompió ninguna burbuja, porque nunca la hubo. Y que el viento de cola (los navegantes saben que no es el más fácil de manejar) se convirtió en una brisa bien establecida, que permite asegurar el rumbo a los puertos asiáticos.
Durante la mayor parte de mi vida periodística, que ya lleva 42 años, el telón de fondo fue el de los excedentes agrícolas, fruto de los generosos subsidios que aceleraron la revolución tecnológica en los países desarrollados. Esto llevó al proteccionismo, la guerra comercial y el derrumbe de los precios.
Para la Argentina este escenario fue particularmente complicado. El único sector capaz de construir competitividad, padecía la influencia de los bajos precios. La peor consecuencia fue que se coló, en el imaginario colectivo, la teoría del deterioro secular de los términos de intercambio. La política “compró” ese discurso y durante medio siglo el campo fue sólo una fuente de financiamiento de otras actividades consideradas más promisorias.
Pero al despuntar el siglo XXI, comenzó a sentirse un cambio. De pronto, apareció nueva demancano da. Los excedentes se diluyeron rápidamente y de pronto se pasó de la era de la abundancia, a la de escasez. Había, finalmente, más compradores que vendedores.
Y los nuevos compradores estaban en Asia, en su fulgurante desarrollo. Enormes contingentes humanos mejoraban sus ingresos, y con ello modificaban sus hábitos de consumo. Una transición dietética con mucho mayor impacto que el simple crecimiento vegetativo de la población.
Esta misma semana, se conoció un informe del USDA que indicaba que las importaciones de soja de la República Popular China iban a alcanzar casi las 70 millones de toneladas. Conviene recordar que la soja es oriunda de China. Pero están estancados desde hace 20 años en las 15 millones de toneladas. Se han resignado a importarla.
¿Por qué tanta necesidad de soja? Porque la transición dietética implica pasar de una dieta de féculas (arroz, maíz, trigo, mandioca) a una dieta más rica en proteínas animales. Cerdo, pollo, carne vacuna, lácteos. Y las proteínas animales se hacen con granos forrajeros (el rey es el maíz) y harina de soja.
La harina de soja es el principal producto de exportación de la Argentina, que tiene capacidad para procesar toda su producción y más. Esta semana alcanzó un precio récord.
La evolución de la producción agrícola argentina acompañó el crecimiento de la demanda, y va por detrás de ella. Otros socios de la región, empezando por Brasil y los sorprendentes Bolivia, Paraguay y Uruguay, han aprovechado mejor la tendencia, pero la Argentina va a recuperar ritmo en cuanto cambie el clima interno. Porque a la pérdida de potencia ligada al desdén con que trató el gobierno K al sector, se suman dificultades adicionales que ponen un pie en la puerta giratoria de la agroindustria exportadora. Esta misma semana, mientras en la FAUBA se respiraba optimismo, un conflicto intersindical paralizaba los puertos del gran Rosario, donde se embarca el oro verde argentino. Rumbo a Asia.