"La Empanada de Bicentenario"
Editorial del Ingeniero Agrónomo Héctor Huergo en Clarín Rural del 28 de Mayo de 2016
La teoría de la empanada, que amasamos durante años en estas páginas, se plasmó en un extraordinario spot publicitario que lanzó a rodar el gobierno. En el video, el propio presidente Mauricio Macri desanda el camino del manjar argentino, que atraviesa nuestra historia acuñando capítulos memorables. Desde aquella “Empanadas calientes, para las viejas sin dientes”, en los tiempos de la colonia, hasta la irrupción de las franquicias que hoy nos amedrentan con el vértigo de sus deliveries.
Nos cuenta Macri que para que ocurra el milagro de la empanada, hace falta el criador que provee la carne, el veterinario que garantiza la sanidad del ganado, el sembrador de trigo, el molino que hace la harina, el que la amasa y forma las tapas, el camionero que transporta todo, y el Estado que debe(ría) hacer las rutas y tapar los baches para que no se rompan los huevos en el empeño. La señora con su oficio para la magia del repulgue, que hasta ahora ningún robot logró superar. El chico que saca las pasas de uva (que nunca deberían haber entrado en la mezcla porque la acidifican).
Todo en un minuto. La pieza hace mucho más por la comunicación del agro con la sociedad que tantos intentos fallidos originados desde el sector, jalonados con buenas ideas, pero también con patéticas aventuras y mensajes plañideros que dan vergüenza ajena. El spot de la empanada enseña el camino.
Ya sabemos, ahora, que la empanada es integradora. Que atrás de ella se mueve hasta la industria del neumático, a razón de 18 cubiertas por camión, y 5000 camiones entrando diariamente en las plantas aceiteras del Paraná, Necochea, Bahía Blanca. Millones de metros cúbicos de gasoil transformados en kilómetros, de la chacra al puerto.
Miles de empleados en los bancos del interior y de las grandes ciudades, por donde entran y salen los pagos y los ahorros de una red infinita de transacciones. Porque además de hacer la empanada, la agroindustria provee a la salud macroeconómica con el maná de los sojadólares, el trigo, el maíz, la carne, el pollo, los quesos. Todo lo que está adentro de la empanada, también viaja al mundo y nos embucha de dólares.
“Pero no alcanza”, me decían hace quince años cuando hablábamos de la incipiente pero inexorable Segunda Revolución de las Pampas.
En aquel momento un trabajo de la Fundación Producir Conservando, coordinado por Juan Llach, calculaba que el 40% del empleo se generaba en las cadenas agroindustriales. Desde entonces, lo único que creció genuinamente es este sector. A pesar de haber sido descremado salvajemente, orientando el excedente financiero hacia el gasto improductivo, la producción agrícola se duplicó en volumen. En buena medida, ayudada por los buenos precios internacionales.
Mientras sopló el viento de cola, se compensó parcialmente el saqueo y la nave fue. Prosperaron los pueblos y ciudades del interior, con parques industriales nuevos y un mejor pasar para todos. Pululaban los proveedores de piletas y todo lo que las acompañan: albañiles, poceros, plomeros, vendedores de cloro. Cuando el campo se paró, estos puestos de trabajo se achicaron o directamente desaparecieron.
Las reglas cambiaron y la tesis de la empanada subraya con trazo grueso la virtud de la esperanza. Vayamos por más. Hacen falta nuevas ideas.
Y la gran idea, la gran esperanza, viene pintada de verde. Esta semana se conoció el plan de promoción de la energía renovable. El acento está puesto en la solar y la eólica, pero también se habla de biomasa. El sector agroindustrial tiene una fenomenal oportunidad, si sabe aprovechar la ventana abierta. En EEUU y en todo el mundo, se expanden vigorosamente los puestos de trabajo generados por la transición a renovables, mientras caen los del viejo mundo del petróleo. Nadie como la Argentina puede ofrecerle a la humanidad lo que está pidiendo. La empanada del Bicentenario.