"Bajo el escrutinio del público"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 7 de octubre del 2017
La producción agropecuaria, en todo el mundo, está bajo el escrutinio de la opinión pública. Los consumidores, sometidos al bombardeo de muletillas que cautivan apelando a emociones fáciles, están desconfiando de la forma en la que se producen los alimentos. Se alteró un contrato social vigente desde el neolítico, cuando la agricultura liberó a la humanidad de la dependencia de la caza, la pesca o la recolección.
Es cierto que se han cometido excesos, fundamentalmente en los países desarrollados, empezando por la vieja Europa. Los subsidios agrícolas, vía precios, hipertrofiaron el uso de insumos con alta respuesta productiva, empezando por los fertilizantes. Ponían mucho más de lo necesario, porque la ecuación siempre cerraba.
No solo se generaban excedentes agrícolas, sino que el nitrógeno, el fósforo, el potasio, percolaban en los suelos y drenaban hacia ríos y lagos. La “eutroficación” (exceso de nutrientes) provocaba la hipertrofia de algunas especies, la escasez de oxígeno, la muerte de peces. Los derrames de productos de protección de cultivos elaborados en grandes y emblemáticas plantas de Francia, Alemania u Holanda fueron el detonante, surgieron “los verdes”.
La impronta del mal llamado “ecologismo” es la tecnofobia. La razón deja su lugar a la emoción. Y todo se demoniza. En la Argentina, tomamos con enorme facilismo toda la artillería ambientalista, y potenciamos el estado de sospecha sobre todo lo que se hace en materia de agricultura y producción de alimentos.
A diferencia de la vieja Europa, aquí nunca se subsidió a la agricultura. No solo no se podía tirar manteca al techo, sino que ni siquiera se podía aplicar un nutriente que repusiera al que se llevaba el grano o la carne.
Desde que se domaron las pampas, vivimos de lo que había en el suelo. Exportábamos pampa húmeda en grageas. La relación de precios entre el fertilizante y el trigo, o la carne o el maíz, no daban para pagar la reposición. Además, toda nuestra genética se adaptaba a suelos de fertilidad decreciente. Un modelo defensivo, que no era sustentable a largo plazo.
Hace un cuarto de siglo, se tomó conciencia de la situación. También cambió el marco macroeconómico por algunos años. Fue posible, a partir de los 90, la incorporación de nueva tecnología. En dosis homeopáticas, pero comenzamos a recorrer el camino de la intensificación razonada.
Sobre la marcha, llegaron nuevas herramientas. Una de ellas fue la biotecnología. La introgresión de genes de tolerancia al herbicida glifosato desencadenó una verdadera revolución ecológica: la de la siembra directa. No solo dejamos de consumir el 70% de combustible, sino que activamos la captura de carbono en los suelos, al no oxidar el rastrojo.
Más carbono en el suelo es menos en la atmósfera. Pero también dejamos de usar herbicidas incorporados al suelo, para aplicar sólo sobre la planta. Se expandió la soja, que no utiliza nitrógeno porque se lo provee a sí misma gracias a la simbiosis con la bacteria Rhizobium. No hay lixiviación ni drenaje hacia arroyos y lagos.
El avance agrícola también llevó a cambiar la forma de producir en ganadería. Mediciones del Dr. Guillermo Berra en el INTA de Castelar mostraron cómo la sustitución del pastoreo por el engorde a corral reduce las emisiones de metano de los rumiantes. En la visión clásica, que viene del Norte, este cambio en el sistema de producción no ha sido considerado y sin embargo es lo más sustancial que ocurrió en la ganadería argentina.
Hay mucho para hacer, todavía, en el ancho pavimento de las buenas prácticas agrícolas. Pero la Argentina tiene el derecho de pararse frente al mundo y remarcar que en ningún otra parte del mundo se han logrado sistemas de producción más amigables con el medio ambiente, eficientes y sustentables. El resto es cháchara…verde.
"Y llegó la reapertura"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 23 de Agosto de 2017
La UE y EE. UU. exigen que el biodiésel provenga de soja sustentable.
Y finalmente llegó la reapertura del mercado europeo al biodiésel argentino. La acción conjunta entre la diplomacia comercial y el sector privado lograron un sonado triunfo: los países de la UE redujeron drásticamente los derechos de importación, acatando el fallo de la Organización Mundial de Comercio. Los aranceles quedaron ahora entre el 4 y el 8%, cuando antes oscilaban entre el 25 y el 30%. Un 75% de reducción. A ambos había que sumarle otro 6%, vigente desde cuando la Argentina perdió la cláusula de “Nación más favorecida” en otro dislate de la era K.
En total, la barrera arancelaria europea alcanza ahora a más del 10%, además de otras trabas como la exigencia de que el biodiésel provenga de “soja sustentable”, una certificación que encarece la materia prima sin que agregue mucho valor. Ni siquiera para los europeos, grandes importadores de aceite que al final del día también destinan a biodiésel. En este caso, no exigen el certificado de “sustentable” aunque provenga de la misma soja.
Otra clara señal del cinismo proteccionista que anida en particular en la agricultura europea. Y también en la de los EEUU, que exige el mismo certificado para el biodiésel, y no para la harina que proviene de la misma soja.
La persistencia de estos aranceles es una clara transferencia de ingresos de la cadena sojera argentina a las arcas de los países importadores. En otros términos, la soja argentina no solo paga un peaje de 30% de derechos de exportación para salir del país, sino que su producto de mayor valor agregado, el biodiésel, abona ahora más de un 10% para entrar en la UE. Y la buena noticia es que por lo menos ahora se puede exportar.
Por supuesto, estas detracciones significan menores ingresospara los productores. Unos 200 millones de dólares. Porque el poder de compra de la industria procesadora depende del ingreso final. Hay algo de confusión al respecto. Algunos piensan que la existencia de un diferencial arancelario a favor del biodiésel (que ahora paga retenciones insignificantes) es una transferencia de ingresos del chacarero al elaborador. Veamos esto más en detalle.
Primero: el productor no está obligado a venderle su soja a un “crusher” que hace harina, aceite y biodiésel. Puede exportarla por cuenta propia si se organizan para hacerlo. O negociarla con traders que no la elaboran (son varios y algunos de mucha envergadura), y la exportan como tal. En ambos casos pagarían hoy el 30% de retenciones al Estado nacional.
Segundo: si en lugar de exportarla por cuenta propia o de terceros, opta por venderle a un “crusher” con toda la cascada de productos elaborados, es porque obtiene algún beneficio. Cualquiera que analice la remanida cuestión del “FAS teórico” verá que siempre el precio del mercado interno está algo por encima de lo que el elaborador “debería” pagar.
Tercero: si el biodiésel está exento, esto redunda en la ecuación del elaborador. Y como cualquiera sabe que en esta industria se batalla por cada camión de soja, al final del día los beneficios arancelarios forman parte de la ecuación y difunden por el mercado.
Cuarto: si no se digiere aceite como biodiésel, no solo se pierden ingresos y se pagan más impuestos, sino que se sobreoferta el mercado. Recordemos que la Argentina es el mayor exportador mundial de aceite de soja. Cada vez que sufrimos una caída de las ventas del biodiésel, se derrumbó el precio del aceite. Es lo que pasó hace tres semanas, cuando Estados Unidos hizo lo mismo que había hecho la UE, subiendo a niveles prohibitivos sus aranceles de importación.
Felizmente, ahora la UE se allanó y se reanudan los embarques. Pero cuidado. Los contrarios también juegan. La industria de biodiésel europea no se va a resignar a la nueva situación sin dar batalla. El proteccionismo es así y sigue aleteando.
"Verna la dejó picando"
EL Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 16 de septiembre de 2017
El gobernador de La Pampa, Carlos Verna, disparó que “es mentira que el campo genera empleo". Las razones que refutan sus dichos.
Había muchos temas para editorializar esta semana. Media pampa húmeda bajo el agua, tras el nuevo embate de las lluvias en los mismos días de Irma y Harvey; los veinte años de la Cámara de Feedlots; el congreso de etanol en Rio Cuarto (primera ciudad argentina que contará con una flota pública de vehículos flex); la amenaza de que vuelvan las retenciones al biodiesel; el daño que le hace a la industria avícola el conflicto de Cresta Roja.
Pero tuvo que aparecer el gobernador de La Pampa, Carlos Verna, para resolvernos el dilema de la elección. Muy suelto de cuerpo, el mandatario –de larga militancia en el peronismo-- disparó que “es mentira que el campo genera empleo”. Sí, en La Pampa. Y justo ahora, cuando el ominoso manto del agua está amenazando a la única actividad productiva viable y concreta de su provincia: el campo y sus industrias derivadas. Más todo el comercio y los servicios alrededor de ellas.
Parece mentira, y es bastante fatigoso, tener que retomar el trabajo de Juan Llach y colaboradores “El empleo en las cadenas agroindustriales”. Fue realizado en el 2004 para la Fundación Producir Conservando. Allí, el autor remarca que el agro y lo que lo rodea explica nada menos que el 40% del empleo en la Argentina. ¡A nivel nacional! Imaginemos en La Pampa.
Recuerdo que en aquel momento, viendo la metodología, le planteé a Llach que quizá se quedaba corto. Hay muchísimas actividades que no aparecen, a la vista, como parte de la cadena, pero que en última están decisivamente influenciadas por ella. Un empleado de banco en el interior es fundamentalmente agro. Ya sea porque le presta plata al productor, o porque le opera sus excedentes. Las agencias de viaje. El que vende cloro para la pileta Igui que construyó el chacarero en su casa en el pueblo. El estacionero, el restaurante.
Que no lo entiendan en el conurbano bonaerense, vaya y pase. Pero en La Pampa…Y nada menos que el gobernador.
Vea, don Verna. Usted tiene ahí varias ciudades muy coquetas y potentes. Son precisamente las que están en su corazón agrícola del noreste provincial: General Pico, Realicó, Intendente Alvear. Son las que más crecieron, y son también las más bonitas, a pesar de sus esfuerzos por arruinarlas. Porque usted, gobernador, fue partícipe necesario de la extraordinaria exacción que vivió esa zona durante la década robada. O usted no sabe que, solo por retenciones a la soja y el girasol, esa región aportó al Estado Nacional más de 2 mil millones de dólares.
La cuenta es fácil: entre 2002 y 2017 produjo entre ambas 15 millones de toneladas. Un tercio fue para la Nación: uno de cada tres camiones despachados al puerto, con el flete pago por el productor, más el IVA. A un precio promedio de 400 dólares, son 2.000 millones de dólares que hubieran quedado ahí. Porque la gente de campo tiene la pésima costumbre de echarse encima todo lo que cosecha.
No es “derrame”, es “difusión”. Derrame tiene la connotación de sobrante. Difusión es lo que va permeando durante el proceso. Desde la compra de un chimango (de esos que fabrican los menonitas en Guatraché) hasta la instalación o expansión de un mega tambo. Usted tendría muchos más criaderos de cerdos si le hubieran dejado recibir plenamente lo suyo a los chacareros. Usted tendría más y mejor ganadería, porque los productores se vuelven locos con la posibilidad de convertir sus granos en carne. Tiene en la provincia dos grandes empresas con excelentes frigoríficos. Lo único que necesitan son novillos. No hay los suficientes porque los productores están descapitalizados. Encima, el agua.
Usted prefirió que sus secuaces del kirchnerismo capturaran ese ingreso para juntar votos repartiendo planes en la Matanza. Donde también se inundan porque inaugurar una canilla no fue suficiente para sacar el agua.
Escúchelo a Clinton: es la economía, estúpido. w
"Biodiesel, reacción de manual"
Editorial del Ing.Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 2 de septiembre de 2017
Los derechos de importación impuestos por EE.UU. al biodiésel argentino tuvieron el efecto previsto, impactaron en todos los productos del complejo soja.
Argentina, además de ser el mayor exportador mundial de aceite y biodiesel, era también el mayor productor de glicerina refinada, con varias plantas recién instaladas, con la última tecnología y gran escala.
Se confirmó lo que anticipamos en nuestro editorial de la semana pasada: los derechos de importación impuestos por el gobierno de los EEUU al biodiésel argentino, no solo frenaron los embarques del biocombustible, sino que impactaron en todos los productos del complejo soja.
Es fácil de entender. En los Estados Unidos rige un mandato obligatorio, por ley, de mezclar biodiésel en todo el gasoil. Lo hacen con fines ambientales, y es una gran noticia que sigan adelante con esta política. Implica contribuir a la reducción de gases de efecto invernadero, un tema que saltó a la primera plana con las inéditas inundaciones del sur de Texas y Louisiana, con decenas de muertos y 30.000 evacuados.
Los porcentajes de biodiésel son definidos por cada Estado. La media está en 5%. Pero Minnesota, por ejemplo, impuso el B20 (20% de biodiésel) a partir de mayo próximo. El mercado total es 7 millones de metros cúbicos. Argentina abastecía, hasta ahora, el 15% de esa demanda, más de un millón de metros cúbicos. Un negocio de 1.200 millones de dólares, que es lo que quieren los sojeros del Medio Oeste para ellos.
Para producir un litro de biodiésel, hacen falta un litro de aceite y 0,1 de metanol. Como subproducto sale un 10% de glicerina. Argentina, además de ser el mayor exportador mundial de aceite y biodiésel, era también el mayor productor de glicerina refinada, con varias plantas recién instaladas, con la última tecnología y gran escala. Su destino es la industria farmacéutica, alimenticia, cosmética y química fina. Antes se obtenía del petróleo. El dentífrico Colgate, entre otros, usa glicerina de soja argentina. Esas plantas ya están paradas. Pero esto es solo un colateral del evento principal. Veamos.
Para sustituir la importación de biodiésel argentino, los norteamericanos necesitarán 1 millón de toneladas de aceite adicionales. Consecuencia inmediata: el aceite subió un 7% en Chicago. La soja contiene un 17% de aceite. En consecuencia, tendrán que moler 7 millones de toneladas más de soja. Ellos actualmente exportan poroto sin procesar, y prácticamente todo lo que elaboran va a su mercado interno.
El aumento del precio en Chicago no tuvo un correlato en el mercado local, donde ocurrió exactamente lo inverso. Al no producirse más biodiésel, “sobra” aceite. El reciente anuncio de la reapertura del mercado chino no significa embarques inmediatos, y solo compensaría la mitad del mercado perdido (500 mil toneladas).
Pero lo más grave es lo que viene a continuación. Al moler 7 millones de toneladas adicionales de soja, sustituirán la exportación de poroto por la de harina. Cascada de efectos nocivos para nuestra industria: habrá 6 millones de toneladas adicionales de harina de alto contenido proteico, el principal producto de exportación de la Argentina, con embarques por más de 12 mil millones de dólares anuales. Recordemos que Argentina es el mayor exportador mundial de este producto.
Reflejo inmediato en el mercado: así como el aceite subió 7% en Usa y bajó acá, también se derrumbó el precio de la harina. Un 5% hasta ahora. Todo esto significa que habrá un spread (brecha) mayor entre el precio de la soja en Argentina y en los Estados Unidos. Transferencia de ingresos a partir de una medida proteccionista. Después de todo, uno no debiera sorprenderse porque es lo que anunció Donald Trump que haría si resultaba electo. Y por eso lo votaron los farmers de Iowa. Aquí pierden los chacareros y el Estado, que recaudará menos.
Sumemos la última gema del alhajero, la glicerina. No es cuantitativamente importante, pero los procesadores de biodiésel estadounidense sacarán a los argentinos de un mercado muy sofisticado, que supieron construir con tecnología local.
Hector Huergo en dialogo con Longobardi
En una nota con Longobardi, explicó los aranceles que EEUU pone al biodiesel Argentino.
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