"De grano a leche"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 4 de agosto de 2018
https://www.clarin.com/rural/grano-leche_0_S1ILhBfBQ.html
Esta semana, el presidente Macri convocó a todos los actores de la mesa lechera. Se sentaron en la Casa Rosada los representantes de la producción y la industria, exponiendo cada uno su problemática y elaborando presupuestos mínimos para intentar resolver la profunda crisis que afecta al sector.
Desfilaron todos los temas, desde la falta de transparencia hasta los problemas de infraestructura, financiamiento, costo laboral y todo lo que quita competitividad a la cadena láctea. Una pena, porque no hay duda que la lechería es uno de los sectores de valor agregado con más potencial, sobre todo si nos proponemos acortar la brecha que se ha ido abriendo con los países más avanzados en el rubro.
Más allá de lo mucho que hay que hacer tranqueras afuera, y que sin duda es determinante para el futuro, conviene interrogarse también acerca de cómo estamos tranqueras adentro. Porque hay muchas visiones y razones. Pero los escenarios cambian y nunca es bueno ceñirse a los paradigmas tradicionales.
En la Argentina, prevaleció durante muchos años la idea de que la forma más barata y eficiente de producir leche se basa en “el pasto”. Todos nos formamos bajo la impronta de Campbell Percy Mc Meekan, el neocelandés que con su libro “De pasto a leche” cautivó y cautiva a varias generaciones de ingenieros agrónomos. Se convirtió en una filosofía, casi una religión.
Pero una cosa era cuando el trigo rendía 25 quintales, el maíz 40, y no había soja, y otra muy distinta cuando la nueva tecnología permitió duplicar los rindes de los cereales. Y encima llegó la soja con siembra directa, luego la biotecnología, y la agricultura permanente dejó de requerir la rotación con pasturas como un hecho mandatorio.
La ganadería de carne, en particular la invernada tradicional, tuvo que ingresar en el corral. Lo mismo había sucedido en el Corn Belt de los EEUU: el pasto es muy barato, pero no puede competir con un maíz de 100 quintales. Apareció el feedlot, que fue además la forma de agregarle valor al maíz. La ganadería no se achicó, sino que se expandió a límites impensados. Lo mismo está sucediendo ahora con el tambo.Y acá también. Se están dando los primeros casos. La semana pasada Clarín Rural distinguió a uno de los pioneros de la nueva lechería, Carlos Chiavassa, que en Carlos Pellegrini, en el corazón de la cuenca lechera santafesina, ya hace años que puso sus vacas bajo galpón y las alimenta con forrajes cosechados y conservados. La productividad por vaca se disparó y casi duplica a la de sus vecinos. Su “costo medio” –que no es el costo por hectárea, sino por litro de leche producido—bajó. Y se mantiene competitivo con los mismos precios que a otros los sacaron del ring.unque la mayoría de los tambos siguen siendo sustancialmente pastoriles, lo cierto es que cada vez más basan su producción en el uso de silajes y concentrados. Los encierres son cada vez más frecuentes, y se ha generalizado la utilización del carro mezclador (mixer). Pero en general en corrales las más de las veces precarios, donde la “función vaca” (transformadora de forraje en leche) se castiga hasta niveles aún desconocidos. Cuando se prioriza el confort animal, los resultados dan un respingo, como sucede en el tambo de Chiavassa y en el ahora más conocido de Adecoagro. Ambos orillan los 40 litros de leche por vaca y por día. Habrá mucho debate. Los defensores del modelo neocelandés insistirán en que por algo NZ es el mayor exportador de leche en polvo del mundo. Otros rebatirán diciendo que la leche en polvo producida en tambos estacionados en primavera-verano no es precisamente el derivado más rentable. Lo cierto es que al tambo le llegó la hora de convertir en leche los recursos agrícolas de la Segunda Revolución de las Pampas.
"Ahora no hay excusas"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 28 de julio de 2018
Fuente: https://www.clarin.com/rural/ahora-excusas_0_SJfpXRtVm.html
La Exposición Rural, que hoy se inaugura con el desfile de los campeones, es una muestra esencialmente ganadera. Aunque siempre fue acompañada por una exhibición de la oferta de tecnología agrícola, en particular maquinaria, el “leit motiv” fue y es una muestra del potencial de la ganadería vacuna. El resto acompañaba. Con ella la Argentina encontró su primer y prácticamente único negocio/país. Casi como subproducto, nos convertimos en granero del mundo. Es que había que domar las pampas con el arado, antes de implantar la alfalfa y otras pasturas. Una verdadera epopeya.
Hicimos todo. Los ferrocarriles. Llegaron Tarquino, Virtuoso y Niágara, los elegidos de los criadores, fundadores del rodeo más refinado del mundo y de mayor valor genético. Los molinos, el alambrado, las estancias y las colonias. Se instalaron los frigoríficos sobre los puertos, enormes inversiones cuyas huellas todavía están, en Rosario, en Entre Ríos, en Bahía Blanca. Porque aquí, aunque ahora la mayoría cree otra cosa, había industria antes de la “industrialización”. Recordemos que el 17 de Octubre se inició en un frigorífico de Ensenada.
Después, languidecimos. Es historia. Digamos, para no entrar en detalles, que el mundo nos fue esquivo. Lo que ahora importa es que ya no lo es. El proteccionismo ya no pesa tanto, porque aunque está atento y vigilante, hay nueva demanda. Llegaron los chinos, ahora Japón. Europa habilitó la cuota 481 para la carne de feedlot, un negocio al menos tan atractivo como el de la histórica cuota Hilton, que sigue vigente.
El gobierno hizo su parte. Tras la debacle de la era K, vino un giro copernicano. Se liberaron las exportaciones, se eliminaron las retenciones y hasta hubo un reintegro como a cualquier industria. Comenzó la lucha para terminar con el jubileo fiscal y sanitario. La visión compartida del gobierno y la bien instalada Mesa de las Carnes dio lugar al inicio de una compleja y nada sencilla modernización. Desde la genética en las cabañas hasta los frigoríficos y carnicerías.
Todo está en revisión. Y a los saltos. La ganadería ha ingresado en una nueva fase. El modelo pastoril ha dado paso a un sistema mucho más independiente del “pasto de cada día”.
En esencia, se ha independizado la “función vaca” de la “función campo”. Hasta hace pocos años, estaba todo mezclado. Si el campo no daba, por error humano o clima hostil, la vaca sufría. Si sobraba pasto, se lo comían los insectos (recordemos los ataques de isoca de la alfalfa, que pocos combatían porque se producían cuando sobraba pasto).
Hoy eso es inadmisible. Pasamos al silo de picado fino. Nació una generación de contratistas super profesionales, que incorporaron la última palabra en ensiladoras automotrices. Esta semana, en Palermo, están todas: las Claas, que lideran el mercado, las John Deere, que le salieron al cruce, las New Holland. Pero además todas estas empresas exhiben rastrillos, segadoras acondicionadoras, enfardadoras de gran capacidad, tractores para pisar silos. Y son acompañadas por otras, nacionales, que proveen desde ensiladoras automotrices hasta carros mixers, indispensables para preparar y distribuir las raciones.
Y todo esto con el foco puesto en la búsqueda de precisión. Balanzas, sistemas electrónicos de captura de información, trasponders, comederos inteligentes como el que desarrolló Oscar Pordomingo en el INTA Anguil.
Toda esta innovación, más la genómica, las nuevas técnicas reproductivas, las herramientas sanitarias, permitirán que la ganadería se acople a la revolución de la agricultura. En tres décadas, las exportaciones agrícolas pasaron de 2 mil a 25 mil millones de dólares. En comparación, los embarques de carnes son ínfimos: apenas mil millones.
Pero ahora la mesa está servida. La oportunidad es enorme. No hay excusas.
"Retenciones: ya estuvimos ahí"
Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 21 de julio de 2018
https://www.clarin.com/rural/ahi_0_Sy_EhclEX.html
Del total que genera una hectárea de soja, el Estado se queda con un alto porcentaje.
Como el fantasma de Santos Vega, la sombra doliente de las retenciones sigue corriendo sobre la pampa argentina. La semana pasada el propio presidente Mauricio Macri había vuelto a desmentir los rumores de que estaba en estudio modificar el cronograma de reducción de los de la soja. Sucedió después que se revelara que la medida había sido sugerida por el FMI, lo que –de ser cierto—resaltó la convicción de Macri al respecto.
Pero apareció el gobernador de Jujuy, el radical Gerardo Morales, y dijo sin ambages que, “mientras dure la crisis”, había que dejar los derechos de exportación donde estaban. Se generó un alboroto importante, porque ahora el debate abría una grieta en el seno de la coalición de gobierno. Cuando los dichos de Morales tomaron estado público, algunos economistas históricos del radicalismo sumaron rápidamente argumentos en favor de la gabela.
Y nuevamente Macri les salió al cruce. El miércoles, en una conferencia de prensa después de una difícil jornada, fue contundente: lo que necesita el país es exportar. Convocó a multiplicar los esfuerzos, en todos los ámbitos, para aumentar el flujo exportador. Cualquier cosa que afecte a las exportaciones debe ser erradicada, mencionando explícitamente a las retenciones. El ambiente quedó despejado, al menos para la próxima campaña agrícola.
La soja, el único producto afectado, paga actualmente el 26,5%, que se reducirá al 24% a fin de año, y al 18% a fines del 2019. Después, no se sabe. El maíz, el trigo, el girasol y los demás productos no pagan derechos de exportación desde que asumiera el nuevo gobierno, en diciembre de 2015.
La gran pregunta es cómo impactaría la eliminación de este impuesto en el proceso productivo. Ya hemos explicado que el mayor problema es que atenta contra la inversión en tecnología, al afectar la relación insumo/producto. Un dólar más barato por lo que se vende que por lo que se compra. Esto lleva a una menor intensificación, es decir, menores rindes.
Hace 35 años, los expertos Enrique Gobbée y Eduardo Serantes coordinaron un estudio denominado “El complejo agro-industrial argentino como factor de crecimiento económico”. Sus autores fueron Marcelo Castro Corbat, Abdón Lizaso Bilbao, Esteban Takacs y el propio Gobbée, y se denominó “Informe 84”. Surgió como una propuesta al flamante gobierno radical de Raúl Alfonsin, quien asumió con una enorme expectativa política y económica. Pero a poco andar cayó en la tentación de echar mano a los recursos del agro, a través de retenciones y tipos de cambio múltiples. La producción venía creciendo, llegando a 40 millones de toneladas y con exportaciones que habían pasado de 1.500 a 7.000 millones de dólares.
El documento mostraba que si se eliminaban los derechos de exportación y se apostaba a la agroindustria, en cinco años subiría un 50% la producción y el ingreso de divisas. Es decir, se llegaría a 60 millones de toneladas. No había mucha soja, “apenas” 7 millones de toneladas, pero se percibía un horizonte espectacular para la proteoleaginosa.
Pero predominaron las urgencias, disfrazadas de concepciones ideológicas. Las retenciones fueron subiendo y el dólar agro bajando. El resultado fue que cinco años después, la producción caía a 30 millones de toneladas. Sobrevino una profunda y peligrosa crisis económica y el doctor Alfonsín no alcanzó a completar su mandato. El Banco Central se había desangrado.
Cuando desaparecieron las retenciones, en los 90, en cinco años la producción se duplicó. Fue más de lo que pronosticaba el Informe 84. Después vino el experimento K, un pie en la puerta giratoria. Por eso, cuando el coro agorero machaca nuevamente con la idea de los derechos de exportación, conviene recordarles: “ya estuvimos ahí”.
"Entre la soja y el FMI..."
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 14 de julio de 2018
https://www.clarin.com/rural/soja-fmi_0_SJ-jpFUXm.html
En los últimos diez años, los derechos de exportación capturaron 150 millones de toneladas de soja de la cosecha argentina.
Se cumplen 10 años del famoso voto “no positivo” del entonces vicepresidente de la Nación y titular del Senado, Julio Cobos, que dio por tierra con la intentona de la Resolución 125. El gobierno K quería imponer derechos de exportación móviles para la soja y los cereales con la intención de capturar la renta del agro, para aprovechar de esa manera el buen momento de los precios internacionales.
El campo, y con él todo el interior rural, se rebeló. El proyecto no pasó. Pero ese no fue el saldo más importante. El efecto mayor fue el político: tomó al kirchnerismo en un momento de pleno auge, con un dominio absoluto del poder, control total de un peronismo unido, y una oposición desorientada. Fue el comienzo del fin.
La sociedad debe reconocerle al agro la reversión de la tendencia. Comenzó la caída, que se concretaría siete años después con su derrota electoral. Aunque en el medio CFK sacó el 54%, el derrumbe era inexorable y necesario. Ya sabemos lo que dejaron.
Pero desde el punto de vista económico,para el agro la derrota de la 125 no significó nada. Es más: si hacemos bien las cuentas, le hubieran succionado menos con el modelo inventado por Martín Lousteau, que se justificó diciendo que el inefable Guillermo Moreno tenía una idea peor.
La realidad es que en estos diez años, las retenciones para la soja quedaron fijas en el 35%, hasta que asumió Mauricio Macri. El gobierno de Cambiemos eliminó las del maíz y el trigo, y redujo gradualmente las de soja, que ahora, 30 meses después, bajaron al 26,5%. Hagamos cuentas.
En estos diez años, se produjeron 500 millones de toneladas de soja. Un tercio de ellas fueron capturadas vía derechos de exportación. De cada tres barcos que llegaban al puerto, uno, hundido. Fueron 150 millones de toneladas. Tomemos un precio promedio de 450 dólares, descartando los picos de 650 que conocimos en el 2012. Fueron ¡67.500 millones de dólares! Contantes y sonantes. Sí, Sojadólares. A mucha honra.
Conviene recordar, en este punto, que el controvertido auxilio financiero del Fondo Monetario Internacional fue por 50.000 millones de dólares.
Imaginemos lo que hubiera sucedido si ese capital monumental quedaba en el interior, y en manos de los que habían sabido construir la extraordinaria competitividad del cluster sojero. Si a pesar de esta succión siguieron invirtiendo, en expansión horizontal y vertical, agregando valor, construyendo infraestructura nueva de plantas en el upstream y en el downstream. De semillas, fertilizantes, insumos biotecnológicos, maquinaria agrícola. Y corriente abajo, todas las transformaciones posibles, que igual avanzaron aunque en dosis homeopáticas si comparamos con lo que hicieron nuestros vecinos. Por ejemplo Brasil, devenido en líder mundial de proteínas animales.
Ya hemos hablado mucho de esto, y lo seguimos haciendo. Muchos se convencieron. Pero bastó que se disparara el tipo de cambio para que surgiera de nuevo la idea de las retenciones. Para algunos el argumento es el “overshooting”. La suba del dólar renueva la teoría de que el campo puede funcionar con un tipo de cambio más bajo que el resto de la economía. Que pueda hacerlo no es motivo para insistir con los cambios múltiples, que convierten a los 100 metros llanos de la competitividad, en los 110 con vallas en las juegos paraolímpicos.
La idea de que se les otorgue algún beneficio en los insumos es consagrar la exacción y es una quimera que agrega elementos distorsivos de los cuales después es difícil salir. Ya estuvimos ahí.
Otros justifican la exacción en que, simplemente, “no hay plata”. Muchachos, si no hay plata es porque se les fue por el caño. Podrían ser más imaginativos. Es sencillo: si hacen falta divisas, dejen que fluyan los frutos del país y quizá zafemos del FMI. No corten las brevas inmaduras.
"Una revolución aun inconclusa"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 7 de julio de 2018"
https://www.clarin.com/rural/revolucion-inconclusa_0_BkYr7Lafm.html
En Estados Unidos y Brasil cuentan con arsenal genético para cultivos como el algodón (foto) y la soja que todavía no tienen los productores argentinos.
Algunos se apuran en dar por terminada la Segunda Revolución de las Pampas, un fenomenal proceso de captura tecnológica que permitió triplicar la producción agrícola en volumen y quintuplicarla en valor en apenas un cuarto de siglo. A mediados de los 90 estábamos en las 45 millones de toneladas, y ahora nos arrimamos a las 135. La mitad ahora es soja, que vale el doble que los cereales.
Parte del crecimiento fue por aumento del área, que pasó de 20 a 35 millones de hectáreas cultivadas. La otra parte fue el aumento de los rindes, donde se destacaron en especial el maíz, luego la soja y finalmente el trigo, los tres grandes protagonistas de la epopeya que, nada menos, convirtió a la Argentina en un país viable.
Las crisis, ahora, no son consecuencia de carecer de un sector competitivo, generador de divisas por 25.000 millones de dólares, generando empleo genuino en el interior, y una cadena que explica el 40% de los ingresos fiscales.
Pero antes de dar las hurras y dar por concluido (o agotado) este fenómeno, conviene remarcar que queda mucho hilo en el carretel y unos cuantos deberes por hacer.
En primer lugar, todavía hay una brecha considerable entre los rindes que se obtienen en estas pampas y los de los países líderes en cada rubro. Es cierto que en soja la productividad argentina es la más alta del mundo, y por algo las compañías de semillas de germoplasma local son muy exitosas en otros países, como Brasil, Uruguay, Paraguay e incluso en los Estados Unidos.
Sin embargo, la falta de acuerdo en el tema de la propiedad intelectual está generando una brecha preocupante. Hay eventos fundamentales, ante la problemática de malezas tolerantes a glifosato y otros herbicidas, que no están disponibles en el país porque sus propietarios levantaron los expedientes. Nos van a faltar jugadores que los contrarios tienen ya disponibles.
Esta semana hubo un hecho llamativo: el MinAgro autorizó el ingreso de soja Xtent pero solo para molienda y no como semilla, ante la inminente llegada de cargamentos de soja norteamericana que podrían contener ese evento. Penoso.
En algodón está pasando lo mismo. Hay un interesante revival de este cultivo vital para el NEA y el NOA. Pero no está disponible el arsenal genético que tiene Brasil,y que le permite reducir las aplicaciones de insecticidas. Aunque los productores de algodón han manifestado explícitamente su disposición a pagar por la tecnología, la realidad es que hoy les comprenden las generales de la ley y no tienen acceso a estos eventos clave. Todos pierden.
Por el lado del trigo y el maíz, la brecha genética se ha reducido vertiginosamente en estas dos últimas décadas. La llegada de germoplasma francés, tan discutido al principio, puso a la Argentina de nuevo en el mapa triguero. Lo mismo sucedió en maíz con el arribo de los materiales dentados y los híbridos simples.
Pero a pesar de contar con una base genética moderna y de alta productividad, todavía el “gap” con los países de origen (Francia y los EE.UU.) es muy elevada. Y sin cuestiones ambientales que lo justifiquen. Simplemente, estamos a media máquina, sobre todo en materia de nutrición. Seguimos utilizando dosis insuficientes de nitrógeno en particular, lo que impide que estos materiales expresen todo su potencial. Apenas se reponen los elementos que estos cultivos se llevan, generando una pesada hipoteca a futuro.
Este año, cuando el entusiasmo por sembrar mucho y bien iba in crescendo, la irresponsabilidad de quienes fogonearon la idea de que el gobierno estudiaba reintroducir las retenciones a los cereales y modificar el cronograma de reducción de las de la soja, generó un clima de desconfianza. Ojalá que la insistencia con que el propio presidente Mauricio Macri despejó el rumor esta semana haya llegado a tiempo para retomar el sendero de la intensificación.
"El campo juega su propio mundial"
Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 30 de junio de 2018
A esta altura del año, los mercados agrícolas debieran estar moviéndose al compás del clima en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Imaginemos: hoy, 30 de junio, es el equivalente al 30 de diciembre en estas pampas. Ya está cubierta toda el área de maíz y queda muy poca soja por sembrar, mientras el trigo de invierno (Kansas, Oklahoma, Texas) ya se está cosechando y el de primavera, en plena siembra.
En estas condiciones, la mirada se posa en la situación hídrica y las perspectivas de lluvias y temperatura. La curva de precios se dibuja como en un sismógrafo en medio del temblor. “Weather market”, dicen en la jerga de Chicago.
Pero resulta que este año nadie está mirando el clima. Hace un par de meses, parecía que un invierno interminable iba a complicar la siembra. Alberto Mendiondo, vendedor de silobolsas argentinas, reportaba en abril la demora desde el Belt. Todo el agro twitter seguía sus comentarios y fotos.
Ahora volvió. En dos meses se encontró con todo sembrado, evolucionando de manera extraordinaria, con el maíz “superando la altura de las rodillas”. Dicen que cuando esto sucede antes del Día de la Independencia (el 4 de julio) es porque todo está perfecto.
A todo esto, el monitor de sequía emitido el jueves por la NOAA (servicio meteorológico de los EEUU) puso en color blanco todo el corn belt, lo que significa que no hay un solo manchón de sequía.
Pero, de nuevo, nadie está mirando el clima. Porque la cosa no pasa por la oferta, sino por la demanda. Ya no importa tanto si tendrán o no una gran cosecha. La gran cuestión es la guerra comercial desatada entre la administración Trump y el gobierno de la República Popular China.
El ataque de proteccionismo del presidente norteamericano, retaliando el acero, el aluminio y una serie de productos industriales, provocó la réplica china. Le aplicaron aranceles de importación del 25% a la soja estadounidense, pegándole en la línea de flotación a los farmers. Conviene remarcar que los agricultures constituyen un bastión republicano, así que el gobierno chino metió la pica en Flandes.
La consecuencia fue inmediata. La soja en el Chicago Mercantile Exchange, la principal referencia mundial de precios, cayó un 20%. Y arrastró en el alud a sus derivados, el aceite y la harina. Ambos son los principales productos de exportación de la Argentina, con embarques por 20.000 millones de dólares por año.
Es cierto que los derechos de importación se restringen a la soja de los EEUU, y que tanto la proveniente de la Argentina como la de los socios del Mercosur están liberados. Pero igual es difícil zafar del efecto sobre el precio internacional.
China puede darse el lujo de castigar a EEUU precisamente porque consigue soja de otros orígenes. El panorama es confuso, y los analistas debaten distintos escenarios. Habrá un “revolving”: la soja y derivados que iban a China se orientarán ahora a Europa, mientras Brasil, Paraguay y Uruguay mandarán más poroto al gigante asiático, que de ninguna manera puede prescindir de esta fuente de proteínas para su enorme sistema de producción de carnes.
La Argentina exporta muy poca soja sin procesar. Y menos este año, donde se perdieron 20 millones de toneladas. Las 35 que quedan alcanzan para pocos meses de molienda (la capacidad de crushing es el doble). Por eso suena ridículo que en ciertos ámbitos se haya seguido meneando la cuestión de las retenciones, a pesar de las múltiples desmentidas del propio presidente Mauricio Macri.
Lo que hay que hacer es digerir la pérdida, prepararse para un escenario de precios deprimidos (si China y EEUU mantienen la beligerancia comercial) y apostar a la próxima. Es lo que se vive y se vibra en estos días, en los que el campo está jugando su propio mundial.